Cuando alguien muere

Publicado por Rosario/12, diciembre 1991.

 

Superman murió de SIDA. Batman le avisó por teléfono al Capitán América, pero antes de decirle que había muerto, le pidió que fuese a verlo. El Capitán América bufó un poco, dijo: éste Superman, seguro es otra de sus histerias. Batman le aseguró que no. Esta vez el Hombre de Acero estaba en peligro. El Capitán América lustró su escudo, notó que la A estaba un poco despintada, recordó que debía mandar pronto su principal arma al mecánico. La última vez que la había usado, en lugar de volver hacia él, el escudo hizo unas piruetas raras. Quienes lo vieron pueden certificarlo. Al colgar el teléfono, Batman, que en ese momento estaba con Batichica, no tuvo mejor idea que sentarse en un sillón a lamentarse, dijo: El año pasado Robin, ahora Superman. No te preocupes Batman, dijo Batichica, estamos trabajando para que no vuelva a suceder. Tú y tu optimismo, dijo Batman, limpiándose una mancha que tenía cerca del emblema, por qué mejor no vas a avisarle al Hombre Araña. Y por qué tengo que ir yo, mándalo a Alfred. No puede, está enfermo. ¿Alfred también? No te asustes, es sólo una gripe. Eso dijeron del Avispón Verde, y mira cómo terminó. Hazme el favor, ve y avísale. No puedo, volvió a decir Batichica, estoy a pie. Tómate el autobús. ¿Así vestida? Cámbiate entonces. Batman, por favor, no seas pesado, yo también estoy apenada por la muerte de Súper. Lo sé, dijo Batman, pero necesito que alguien le avise. Y por qué no vas tú. Estoy esperando a Luisa Lane. ¿Ella todavía no lo sabe?, preguntó Batichica. Pienso que lo supone, sentenció Batman, es periodista, debe estar enterada. Y si mandas a Flash Gordon. Está de viaje. Tarzán. De vacaciones. Habla con el comisionado Fierro, pídele que le envíe un radiograma. A qué domicilio, preguntó Batman, el Hombre Araña anda siempre por ahí, no es como nosotros que tenemos casa propia. En ese momento llegó el Capitán América. Estaba agitado. El descensor de la Baticueva se descompuso y debió bajar algo así como once pisos por la escalera. Batman seguía preocupado por la mancha de su traje. Batichica se limaba las uñas. ¿Y Superman?, preguntó el Capitán América. Batman y Batichica se miraron sin responder. Luego la chica se animó, dijo: ha muerto. Kryptonita. No, SIDA. El Capitán América arrojó su escudo y con un gesto de desánimo se dejó sentar en otro sillón. Hubo unos instantes de silencio. ¿Y los demás?, preguntó América con la voz entrecortada. No sé, estoy tratando de ubicarlos, dijo Batman, que insistía con la mancha. Cómo fue, volvió a preguntar el Capitán América. Batman y Batichica se miraron otra vez. Y otra vez Batichica tomó la iniciativa, dijo: estaba saliendo con un tipo... ¿Dorfman?, preguntó América. Sí, creo que Dorfman. Le dije que no se metiera. ¿Y Luisa?. Golpearon a la puerta. ¡Luisa!, seguro es ella, dijo Batman. Hazme el favor América atiéndela tú, yo estoy muy deprimido. Y por qué yo, dijo América, tú eras amigo de los dos. Hazme el favor, repitió Batman. El Capitán América volvió a bufar, tomó su escudo y en un arrebato de furia lo arrojó por la ventana. El escudo dio un giro sobre una ancha avenida y regresó a sus manos sucio de palomas antes de que Luisa entrara. Batman y Baitichica se retiraron. Luisa, abrió la puerta llorando. ¡Luisa!, dijo América con falsa pena. ¡América! dijo Luisa arrojándose a sus brazos. América la apartó. Las lágrimas ya le mojaban el traje. Por favor tranquilízate, le pidió América a Luisa en el momento que Batman y Batichica regresaban. Batichica y Luisa se abrazaron. Batman se sentó en su sillón. Para esa hora y por la claraboya más grande entró rompiéndola el Hombre Araña. Quería saber el día y la hora del entierro. Antes de contestarle, Batman le pidió que limpiara los vidrios.
 

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