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A la mesa

Por Fernando Belottini

 

Texto editado en "Poetas y Narradores Contemporáneos 2006" - Antología I - De los Cuatro Vientos Editorial - Pag. 74

 

Publicado en Laurentino N°13, Revista digital de Paraná, en No cuentos.com y El pescador de Letras Nro. 31 (Suple de la revista Panza Verde Nro. 240)

 

Incluido en la Audioteca Federal del CFI por la Provincia de Entre Ríos

 

 

En la Escuela nos enseñaron a comer. Faltaban pocos días para que emprendiéramos nuestro viaje de fin de curso de primaria cuando la profesora de Castellano y Literatura dijo que su clase sería diferente: como representantes de la institución y del pueblo donde vivíamos, era menester que aprendiéramos algunos modales a la hora de sentarnos a la mesa.

De inmediato, una celadora y el portero llegaron con una tabla, depositada encima de dos pupitres, un mantel, las copas, los cubiertos. La comida sería imaginaria. Unos compañeros aportaron las sillas y sin demasiada elegancia todo estuvo dispuesto. Nosotros entrábamos a la adolescencia y la situación nos causaba un poco de gracia, en realidad, muchas cosas nos causaban gracia, hasta la lluvia. Yo me había puesto un poco lejos, así podía ver no solo la clase, sino también los gestos de mis compañeros.

La clase comenzó con la posición de los cubiertos. Los cuchillos, a la derecha del plato, los tenedores, a la izquierda, las cucharas delante, enfrentando al comensal y, sobre el plato, la servilleta. Nunca dentro de las copas.

-Señorita, –preguntó un compañero que siempre hacía preguntas- en mi caso, que soy zurdo, ¿tengo que respetar ese orden?

-Por supuesto.

-No, porque yo enseguida cambio de manos, porque corto con la izquierda y agarro el tenedor con la derecha.

-¿Usted tiene garras, Bonfin?

-Quiero decir que me llevo a la boca la comida con la derecha y.

Algunos compañeros se miraron sonriendo. Reynoso se tapó la boca conteniéndose. La profesora le echó una mirada y nos regaló, cargado de sobreentendidos, su primer suspiro.

Las sillas. En caso de que no hubiera un mozo que ubicara a los invitados, debíamos tomar nuestras sillas por el respaldo, elevarlas, no arrastrarlas, y luego, colocando las manos debajo del asiento, siempre sin arrastrar, ponerlas debajo de nuestra sentadera. Los caballeros debían hacerlo con las damas. Todos se miraron. La espalda contra el espaldar, nada de tirarse como si viniéramos de jugar al fútbol o acodarse demostrando aburrimiento o tecleando impaciencia. Es preferible que las manos estén quietas, que no empiecen tampoco a tomar el pan haciendo bolitas o a jugar con los cubiertos dibujando en los platos. Y por favor, dejen las gomas de mascar en el toilet, antes de lavarse las manos. El pan deberá estar cortado en rodajas en una panera. Es el momento de comenzar una charla con el resto de los comensales. Es preferible primero escuchar y luego responder, haciéndolo en voz regular, es decir, evitando los gritos, los saludos efusivos o los manotones al aire. Un simple movimiento descendente de cabeza y una sonrisa son suficientes para dar a entender que hemos localizado a un amigo o conocido, ¿de acuerdo? Antes de que llegue el primer plato, conviene tener desplegada la servilleta reposándola sobre la falda, evitando limpiarse con el mantel, ya que de esa manera también se previenen accidentes.

-Esta copa es para el agua, ¿la ven? –dijo la profesora alzándola- tiene más volumen que la del vino, aquí no tenemos copas que diferencien los vinos, de todas formas ustedes tomarán gaseosa o agua, así que Mariel, por favor, retira esta copa.

Marielita retiró la copa como la mejor de las mucamas y preguntó si estaba bien así. Pero la profesora no le contestó. Mario, que estaba unos pasos delante de mí, dio un leve salto hacia adelante, alguien le tocó la cola, Mario se volteó furioso y no le fue sencillo descubrir al agresor, detrás de él solo había chicas y las chicas todavía no nos tocaban las colas, ni se tocaban entre ellas. Aún así, Mario señaló a Daniel apuntándolo con el dedo. Daniel se alzó de hombros.

La curiosidad había ganado al portero y a la celadora, que todavía estaban en la puerta. Cuando la profesora notó su presencia, detuvo la exposición y los miró como se debe mirar a los intrusos. Ellos entendieron e inmediatamente, la dama antes que el caballero, salieron con desgano. La silenciosa orden fue interpretada por el grupo con risitas de boca cerrada y el aula fue un murmullo cómplice y maligno.

Se supone que el mozo servirá por la izquierda, con lo cual es recomendable una disimulada inclinación condescendiente. El acto, debe tener un halo de naturalidad tal que las conversaciones o la atención hacia quien habla deben mantenerse como si nada ocurriera. ¿Seguir con los ojos la comida? Señores, esto no es África, todos estamos bien alimentados. Y los ojos se posaron en Darío.

-No me gustaría –dijo la profesora- enterarme que usted, Buttó, hizo caso omiso a esta recomendación.

Las risas esta vez, obvias, se desgranaron, y Darío empapado de rubor solo se atrevió a preguntar, haciendo secreto con una mano, qué significaba caso omiso. La corona plateada de un lejano molar asomó de la ahora un poco más amplia boca de la profesora, pero fue una expresión contenida con cierta maestría y discreción. Cuando los platos de todos los comensales hayan sido servidos y nadie eligió este pedazo o el otro, como si se tratara de una feria, se puede comenzar a comer. Los dedos no invaden los dientes del tenedor ni la hoja del cuchillo, no son puñales, y se toman, no se agarran, con tres dedos, presionando con el índice para mantener el control. En el interín, y si el mozo no provee la bebida, los caballeros deben ofrecer primero a las damas y luego servirse. Los tintineos pueden ser útiles para la clase de música, nunca para este servicio, el mínimo roce es un horror y es de cuidar no llenar las copas como si se tratara de la octava fiesta de la cerveza. Y por favor Rodríguez, sáquese las manos del bolsillo o tiene miedo que se le escape su mascota. Pero Rodríguez, famoso por su afición a ranas y langostas, no se inmutó, aunque al segundo Rodríguez, sí sacó las manos y, gracias al cielo, nada saltó. Antes de beber debemos limpiarnos la boca con la servilleta, después, también, dejando que las copas, si son talladas o pintadas, conserven impecable aquello que el artesano con sumo esmero preparó para nosotros. Después vinieron algunos clásicos que yo había oído en mi casa: de la fuente no se come, mientras se come la boca permanece cerrada, los dedos no están hechos para sacarse restos de alimentos, los palillos no existen, la ciencia médica previno el cepillo, el hilo dental y se usan en la intimidad. Eructar es un síntoma de satisfacción y agradecimiento en algunas culturas, no precisamente en la nuestra, la comida siempre está exquisita y no se la adereza cuando viene preparada, los bostezos se tapan con lo primero que se tenga a mano. Esteban, es preferible que los bocados sean pequeños, el pan, se toma con las manos pero nunca fue un elemento para limpiar platos, mucho menos para sopar. Es de buen gusto dejar restos en el plato y en las copas y de angurrientos comerse todo.

-¿Está aceptado que una presa de pollo se sostenga con una sola mano?

-No es recomendable. ¿Alguna pregunta más?

A la semana, entre elaborados cánticos, empujones, bolsos, valijas, euforias y recomendaciones de todo tipo, después de colgar nuestra bandera, pelearnos por los asientos, los pícaros al fondo, agitamos las manos en un largo y melodioso chaaaau, lamentando algunos olvidos, partimos.

La profesora nos miraba desde un lugar y su cara, su lozana cara de señorita, no hacía otra cosa que activar el recuerdo de la clase, como si el único sentido del viaje fueran los almuerzos y las cenas. Y quizá la comida fue el elemento distintivo de mi viaje de estudios. Un diario de Córdoba, con foto de ómnibus y bandera, nos brindó parte de su primera plana destacando al desdichado y único contingente intoxicado de la temporada, pero nada dijo de nuestra buena educación a la hora de comer.

 

Leído por; Lilia Verónica María de Lima ("Verónica Vera") - Clic sobre el nombre de la narradora

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