Página de Fernando Belottini

InicioCasi TodoAmigosEnlaces


EL TREN DOBLA

Por Fernando Belottini

 

Publicado en Revista Camalote - 24 mayo, 2019

 

El tren dobla

El cuento que más recuerdo de Pablo Gavazza es “El auto fracasa”, creo que era una metáfora de la impotencia. Pero si me preguntás puntualmente el argumento te invento que se trataba de un auto que no arrancaba ni a palos. También creo recordar que el auto era como esos cascarudos negros, ¿un Buick? ¿un Ford? del año ’40. No quisiera que él me desmintiera o desmintiese. Si lo llegás a ver, preguntale, debe estar editado en algún lado, si no, capaz que lo tenga. Imaginate que lo escribió en los ’80 cuando todos éramos pendejos. Esta noche fui a ver una obra de teatro. La hacían tres pibes jóvenes y yo me remonté a esa época. Verlos tan jóvenes, tan libres, me produjo un poco de envidia. Me pregunté, y ahora lo hago consciente, qué hice en esa época que dejé pasar la oportunidad de ser libre si yo también fui joven. ¿Debe ser el miedo decís vos? Puede ser. La obra se llamaba (uno debería decir titulaba) “Lucidez” y transcurría en el andén de una estación de trenes: dos clowns esperan un tren que los llevará a un eclipse, como si el eclipse fuera capaz de ponerlos en un estado parecido al nirvana donde, en teoría, resolverán su vida. Por qué un eclipse y no el sol. No sé, capaz que querían darle una vuelta, interponer algo a la luz, de hecho utilizan una radiografía para verlo. Siempre hay algo que se interpone a la iluminación. Los acompañaba un guitarrista que también hacía efectos de sonido. Después, me enteré de que el guitarrista se acopló esa tarde, en los ensayos, el pibe debe ser muy capaz, porque ese acompañamiento estuvo ajustado. Lo interesante de la obra… Bueno, era una especie de absurdo, de nonsense, al principio jugaban con las relaciones humanas, ese ir y venir, ese quererse y odiarse, competir y colaborar, desconocerse y conocerse. Como hacemos siempre. Luego los dos, por distintas razones, van descubriendo el motivo del viaje, y se calman y esperan, nos trasmiten la espera. El tren se demora y cuando está por llegar y los protagonistas se cargan de ansiedad, ven que, para nuestro asombro, y el de ellos, el tren dobla. Sí, dobla, es posible. Yo también pensé en los deseos frustrados, pero igual ellos aspiran a y reciben la luz que buscaban, como un aprendizaje (la escena la hicieron mirando una bombita que pendía del techo y cambiaba de intensidad, el iluminador era conocido mío), pero la luz es tanta que a uno de ellos lo enceguece. Ambos entonces, luego de ese golpe, experimentan temores infundados, uno a un perro, el otro a una sombra. Hasta que la sombra se convierte en un tal Ricardo que andaba por ahí. El primero, el que temía al perro, al ver que el ciego se calmó y ahora queda contándole a Ricardo las peripecias del no viaje, sale de escena caminando entre el público, como si no existiéramos. La obra termina con el amigo de Ricardo diciendo que ya llegó a destino. Lo cual la transforma en una tragedia, porque ya sabemos cuál es nuestro destino, el no-ser. Apagón final y a otra cosa. A tomar una cerveza, comerse unas empanadas y hablar de lo buena que estuvo. ¿Qué tiene que ver el precio de la entrada? Era a la gorra, el que podía ponía y el que no, no. Yo puse, sí, puse un cien, me pareció lo correcto. ¿Cómo me voy a fijar en lo que pusieron los otros? ¿Te parece mucho? Lo valía, te juro que lo valía y si hubiera tenido más, ponía más. Por qué pensás que el arte tiene que ser gratis. Suponete que lo reducimos a un entretenimiento, salgamos de lo espiritual, de todo lo que el arte te da y vayamos a una hora y media de verdadero entretenimiento, ese que te envuelve, te abstrae como dicen y te saca una sonrisa, te la roba, mejor. Es como hacer un viaje también y vos viste a cuánto está ahora el boleto de colectivo. Ya te voy a pagar lo que te debo, no te preocupes, yo tengo que divertirme también. No me hubieras prestado plata si la necesitabas, es muy cruel que ahora me recrimines eso. Al final voy a arrepentirme de haber disfrutado ese momento de buen teatro. O es envidia, ya sé que me olvidé de avisarte, pero pensé que te habías enterado. Estás todo el día en Facebook® y no ves nada. Dejá ese libro que me vas a sacar la marca. No, no te lo presto, quiero terminar de leerlo. Y no, no me acuerdo quiénes estaban en el teatro, éramos como cincuenta, no sé, los que van siempre a La Cigarrera. Decime, ¿vos querés que dejemos de ser amigos? Porque no me gusta cómo te manejás. Si querés que te devuelva la plata le pido a mi vieja y ya. El problema es que a ella también le debo, pero bueno, soy su hijo, no tendría por qué negármelo, pero prefiero no hacerlo. Cada vez que le pido arranca con la cantinela de mi edad, de mis responsabilidades… Y yo resisto, resisto, inspiro y expiro, percibo hasta donde llega el aire, lo siento pasar al salir, y sigo. ¿Me querés explicar por qué todo el mundo pone condiciones para darte algo? ¿Ya no existe la generosidad desinteresada? ¿En qué mundo vivimos? Sí, ya sé, el mundo de las hormigas hijas de puta de la fábula, las que dicen: eso te pasa por no trabajar en verano, pero ¿vos viste el calor que hace?

 

Volver al inicio


Contactarme | Ver mis datos


 Creative Commons License
Esta obra está licenciada bajo una Licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Obras Derivadas 2.5 .