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Giselle Aronson

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After office

por Giselle Aronson

Apenas cruzó la puerta, su mujer se abalanzó sobre él y lo neutralizó con el efecto de su verborrea. Sin permitirle la palabra, lo empujó al dormitorio, avisándole que lo esperaría abajo. Victoriosa, la resignación se apoderó del hombre que, pronosticando su noche, se vistió de fajina para luego asomarse a la puerta del comedor. Divisó sobre la mesa la lista que guiaría su tarea en las próximas horas y plasmaba el deseo de la esposa.

En vano intentó prepararse una merienda, un aperitivo, cualquier cosa que lo aliviara de todo el día laboral en la oficina; el poder de un par de ojos, tras las pestañas femeninas, taladraba su voluntad en retirada.

Cuatro horas transcurrió el señor entre ropa y jabón, fuego y cacerolas, escoba y detergente; guardando, ordenando, doblando, desempolvando, revolviendo, cumpliendo con el mandato de su compañera de hogar que oficiaba de testigo.

A las 01:23 horas, él se derrumbó en la cama sin haberse quitado la ropa. Por fortuna, alcanzaría el sueño sin advertir que, relajada en el sofá, su mujer comenzaba su tradicional mutación nocturna, esa que la convertía en una alimaña alargada y cubierta de escamas que se arrastraba, lánguida y amenazante, por la casa hasta el amanecer.  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Clasificados

por Giselle Aronson

 

 

La vidriera de la peluquería es un mural de avisos. Llevo una estadística, cada dos o tres meses se puede ver un cartel que reza “Busco ayudante peluquera”. Parece que el dueño tiene mal carácter, no le duran mucho las empleadas.

Hay otro anuncio, éste es constante, nunca lo han despegado. Dice “Compro pelo”.

Pienso: el señor peluquero está en la eterna búsqueda de ayudantes y pelo.

Sin embargo, hoy mi curiosidad se convirtió en terror. El vidrio estrenaba un letrero nuevo en el que se leía “Vendo piel”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mejor no

 por Giselle Aronson

 

 

No hace falta Martita, te lo vengo diciendo hace rato ya. No necesitás trabajar. ¿Para qué? ¿No tenés acaso todo lo que te hace falta? Ropa, comida, remedios, una casa. ¿Qué más querés, Martita?

Con mi sueldo alcanza, querida. Yo te doy todo lo que precisás, yo puedo mantenerte a vos y a toda la familia. Nunca les faltó nada y nunca les faltará.

¿Qué tenés que buscar afuera que no encuentres en tu propio hogar? Acá tenés todo. Te podés divertir mirando la tele, escuchando la radio. Además te entretenés con los chicos y la casa ¿No te la pasás diciendo que siempre hay algo que hacer en esta casa?

Porque, Martita, pensá: ¿Quién se ocuparía de todas las cosas que vos hacés acá? Nadie podría reemplazarte, ninguno de nosotros haría tan bien las tareas del hogar, mi vida. Sos tan buena ama de casa, tan buena madre, sería imposible.

¿Qué ganarías trabajando? Al contrario, nena, estarías más cansada todavía.  Llegar y ponerte a laburar acá, no podrías, no. Y por unos pocos pesos roñosos. Porque decime una cosa: ¿de qué trabajarías vos? Si no sabés hacer nada, Martita. Lo tuyo es la casa y los chicos, vos naciste para ser ama de casa. Tu lugar está acá adentro.

Además, la calle está muy peligrosa. ¿O no mirás los noticieros? Acá estás segura. Pasan muchas cosas hoy en día, no quisiera ni pensar que te cruzaras con algún depravado en el colectivo o en el tren. Está lleno de esos locos que se aprovechan de las buenas mujeres. Como vos, Martita.

No hace falta que trabajes.

Vos te quedás en casa, Marta.

En casa.

¿Entendiste?

 


 

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