Página de Fernando Belottini
Un ascenso inoportuno Por Fernando Belottini
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José
murió al atardecer aplastado por una camioneta. Caminando hacia su casa, su
torpeza o sus ganas de morirse –uno a veces tiene ganas de morirse aunque lo
ignore–, hicieron que transitando a pie, rumbo a su casa, se pisara el
cordón desatado de un zapato y volara (voló, como dijo una vecina después)
despedido como un escupitajo hacia a la calle y una camioneta (una pick up,
diría mamá), que no esperaba que un tipo se pisara los cordones y se le cayera
enfrente cuando marchaba, le pasó por arriba sin pestañar. Pobre José, treinta
y tres años nada más, con tantas simuladas ganas de vivir, ahora esperaba el
destino de su alma. Debo aclarar aquí que cuando una persona muere, como ya han
mostrado varias películas vistas por televisión, su alma toma la forma del
cuerpo unos segundos previos al deceso. Es decir, el alma de José no tenía ese
tremendo abollón en la cabeza ni las vendas que le pusieron para velarlo, por
el contrario, su cabeza calva mostraba (más allá de cierta palidez propia de su
estado) una perfecta forma. Tampoco se le veía marca alguna de los surcos del
neumático en el omóplato. El accidente ocurrió el 19 de abril de 2007 y eso
puede probarlo el certificado de defunción firmado por un médico joven que solo
vio el efecto, y escribió sin que le temblara el pulso: muerte accidental por
politraumatismo. Deben
saber ustedes que el Más Allá tiene una particularidad. Cada quien, cuando
muere, toma el destino de su creencia, como si la muerte fuera democrática. Yo
soy ateo, por ejemplo, cuando muera mi cuerpo comenzará a pudrirse como
cualquier materia orgánica a la que no le funcionan sus partes vitales, se
secará como una planta a la que falta el agua y el sol y, si no se apuran a
cremarme, los gusanos se comerán mi descomposición. Ahora que digo
descomposición, siento que me duele un poco el estómago pero ya se me pasará.
Sin embargo, si yo creyera en la reencarnación de las almas, ya andaría por ahí pasando de larva a mosca o
de huevo a serpiente, o sería un simpático hipopótamo hundiendo la cabeza en un
pantano. Debería yo revisar mis creencias, la del hipopótamo está bastante
mejor que la del gusano aprovechándose de mi cuerpo. En el caso de José,
fue iniciado por sus padres en José
nunca se preocupó demasiado en sus creencias. Allá estaba Dios, algún santo o
santa con mirada piadosa a quien pedir y agradecer, alguna estampita de San Cayetano
atravesada por una espiga de trigo y colgada en el interior de la puerta del
ropero, alguna misa donde oyó el sermón del padre diciéndole que debía mejorar,
pero nada más. Ni el más mínimo debate transcurrió en su corta vida por su
cabeza calva. Solo una vez, de viaje por Rosario, se detuvo a mirar a unos
jóvenes cantando: Hare Krishna Hare Krishna Krishna Krishna Hare Hare Hare Rama
Hare Rama Rama Rama Hare Hare, y se preguntó: qué les pasará. Era tan
ignorante como yo en religiones y nunca, ni en la adolescencia, tuvo
oportunidad de participar en esas interminables y enriquecedoras discusiones
acerca de la fe. Por lo tanto, su alma, como una golondrina emigrando, partió
hacia los destinos que Los
católicos apostólicos romanos prevén cuatro destinos posibles, dicen. Un
Paraíso, donde llegan los que no pecaron nunca en la vida y descansan a orillas
del mar en un día cálido y sin viento, leyendo el libro que más les gusta. Un
Infierno, al que acceden incontinentes pecadores y un perro de largos dientes
les muerde la cola a cada rato. Un Purgatorio, que es el lugar al que se llega
cuando uno no hizo nada tan malo pero tiene cara de malo y se desconfía de su
bondad, entonces le hacen una cirugía estética y si queda bien va directo al
Paraíso o de lo contrario, cuidado con el perro. Por último, y es a dónde
quería llegar (y varios de ustedes, que ojalá sean muchos, me dirán, si quería
llegar por qué no vino antes.) un Limbo, que es donde recalan bebés que no han
sido bautizados y no han podido ni siquiera llorar, o quienes han muerto antes
de la resurrección de Jesús, que es otra historia que algún día, con gusto, les
contaré. Si
alguien no entendió, lo invito a leer la “Divina Comedia” escrita por un tal
Dante Alighieri, y que después por favor me la cuente, solo que creo que este
señor no hablaba del Limbo. Entonces, por un error burocrático del que el
Vaticano no se hará responsable, estaba José solito con su alma como quien
dice, parado en un lugar sin piso ni techo ni paredes ni ventanas. Ni cerca ni
lejos se divisaba paisaje alguno, sino un interminable espacio entre blanco,
nebuloso y transparente a la vez, que lo convertía en la pulga extraviada en
esos cuartos donde encierran a los enfermos psiquiátricos, sin que la pulga
perciba el acolchado o el encierro, porque el Limbo, sin serlo, se parece
mucho a la nada. (Es como cuando te encuentran mirando la lejanía con
cara de pavo y te preguntan: ¿en qué pensás? Y vos, con absoluta naturalidad,
respondés: en nada.) Yo
no sé cómo se siente alguien en un lugar así. En mi caso estaría asombrado y
pensaría en mi mamá. Al alma de José le pasaba más o menos lo mismo, pero
no pensaba en su mamá, pensaba en quién vendría ahora a recibirlo. No tardó
nada más que estas palabras en llegar salido de la bruma un señor de avanzada
edad con una valija en la mano, parecido a un Don Quijote a pie. San Pedro –pensó
el alma de José– pero no, este señor era el Custodio del Limbo. Su nombre se
había olvidado a raíz del paso del tiempo, y le habían dado ese trabajo por ser
el último muerto antes de la resurrección de Cristo. Un trabajo penoso, por
muchos siglos tuvo que soportar recibir almas de bebés sin bautizar con las que
no podía ni conversar y que guardaba prolijamente en cajones rotulados con la
fecha, el origen y dos letras iguales en dorado. Vale aclarar aquí que en el
Más Allá no hay problemas idiomáticos, las almas se entienden porque hablan en un
cierto idioma que yo me atrevo a traducir. –Hola
–dijo el alma de José estirando la mano para saludar, como si esto en lugar de
ser una conversación en el Más Allá fuera un chat. –Ahórrese
el saludo –dijo el Custodio del Limbo, de aparente mal humor. –Dónde
estoy –preguntó el alma. –Hasta
ayer se podía decir que en el Limbo. Hoy no sé. –Cómo
que hasta ayer. –Claro,
este ahora es un lugar vacío. El Vaticano ordenó hoy que lo cerraran,
trasladaron todo al Paraíso. –Y
yo por qué estoy acá. –Si
usted no lo sabe, menos puedo saberlo yo, que ya me estoy yendo. –¿Y
usted quién es? –Quién
era, mejor dicho. –Bueno,
quién era –dijo el alma de José algo
impaciente.
–El Custodio del Limbo, pero ahora ya ni sé quien soy. Ni siquiera me
notificaron. Vinieron unos ángeles con ese aparente aire de inocentes que
tienen y se llevaron todo. Para mí los ángeles son parte de la burocracia. No
les tengo ningún respeto, cuídese de ellos. –¿Y
no sabe cuál es mi destino? –Ni
sé el mío, cómo quiere que sepa el suyo. –Y
ahora qué hago. –Qué
se yo, puede vagar por ahí como un alma en pena. O transformarse en fantasma,
ganan bien. –Pero
imagínese, recién abandoné mi cuerpo ayer, justo antes de que cerraran el
cajón. No conozco a nadie.
–Tuvo mala suerte, como habrá visto, esto ya está clausurado, no queda nada.
Pero ahora que lo miro bien, por qué usted vendría a parar acá, salvo que sea
un bebé sin bautizar. –¿Le
parece que soy un bebé sin bautizar? –Mire,
pasan tantas cosas raras en –José.
–Qué
José. El
alma de José, argentina al fin, lanzó una carcajada acordándose de un grosero
chiste que se hacía entre los muchachos en
–Y de qué se ríe.
–De nada, no me haga caso –dijo el alma de José tentada y a la vez temerosa de
que por dar a conocer el chiste lo mandaran directo al Infierno.
–Bueno amigo –dijo el Custodio– yo me voy. –Lo
acompaño –dijo el alma de José– ¿a dónde va?
–No sé, estoy tan desilusionado por todo esto que creo que pediré una audiencia
a San Pedro para saber cuál es mi nuevo destino, si es que me atienden. –Yo
estoy como usted, además este lugar no me gusta nada. ¿Puedo acompañarlo? –Es lo mismo, todo me da lo mismo,
qué voluntad puede tener un desempleado –dijo el Custodio alzando los hombros. –¿Y hacia dónde vamos? La pregunta del alma de José tenía
sentido, no es sencillo establecer una dirección en la nada. Ambos flotaban
como lo inmaterial dentro de lo inmaterial. El Custodio miró a su alrededor y
se rascó la barbilla. –Le dije que voy al Paraíso. –Bueno, vamos –dijo el alma de José,
entusiasmada–. Ahora, lo que no entiendo, y perdóneme que le pregunte, es por
qué si trasladaron todo para allá no se lo llevaron a usted también. –¿Cómo
saberlo? Por qué cree que estoy así, desorientado. –¿Y
hacía mucho que estaba trabajando acá? –Desde
el instante previo a la resurrección de Jesús, ya le dije. El alma de José hizo unas rápidas
cuentas. –¡Mil novecientos setenta y cuatro
años!, pedazo de indemnización le tocará. –De qué habla. –De que si lo despiden por cierre,
tienen que indemnizarlo. Le tienen que pagar un sueldo por cada año de
servicio, por lo menos. Como le pasó a mi papá cuando cerraron el ferrocarril.
¿O le ofrecieron una jubilación anticipada? –¿Y quién le dijo que me quiero
jubilar? –Es lo habitual. –Acá no hay nada de eso, estamos en
la eternidad, ¿habrá algo más aburrido que la eternidad? –No sé, nunca estuve. –Ya lo estará… ¿cómo dijo que se
llamaba? –José. –Ah. –¿Y por qué lo dejaron sin trabajo? –Ya le dije, orden del Vaticano. –¿Usted
trabajaba para el Vaticano? –De
ninguna manera. –¿Entonces? –Es
lo que yo me pregunto, qué tiene que hacer el Vaticano acá, dígame usted que
viene de –Y
yo qué sé. –Cómo
que no sabe, usted viene de –La
verdad, no era de leer el diario, ni de mirar los noticieros. –Y
qué miraba. –Fútbol. –Por
eso cayó acá, un tipo que de lo único sabe es de fútbol no es ni bueno ni malo,
ni siquiera es alguien tan complejo como para que lo retengan en el Purgatorio.
–¿Le
parece? –Un
tipo que lo único que sabe es de fútbol ya está en el Limbo. –Y
usted qué sabe de fútbol. –Acá
lo sabemos todo, y nos reímos bastante. Ante las desavenencias, el alma de José, que ya ni
siquiera sabía lo que deseaba, se llamó a silencio. El Custodio, que aún
conservaba en su mano derecha la valija, acompañó ese silencio tratando de
adivinar una dirección hacia la cual dirigirse. Pero en un momento las dos
almas sintieron que dentro del silencio y la nada migraban como conducidos por
un tubo. Abusaría del entendimiento si pudiera precisar la dirección y la
fuerza que las impulsaba, solo ellas sentían que de momento no estaban en el
mismo sitio donde se habían encontrado y que el entorno iba transformándose. La
primera visión fue la de hallarse en el espacio desde donde veían un planeta
remoto, luego la de un continente recortado en el mar, después una ciudad y más
tarde la del interior de una casa, la mía.
Ambas almas están sentadas con las piernas cruzadas en un sofá que está
detrás de mí. Yo sigo con mi trabajo, poco pesan para molestarme, han llegado
contando lo sucedido y ahora me consultan por una respuesta, una salida. Deberían
saber que yo no soy un narrador omnisciente, no tengo la fortuna de intervenir
en el Más Allá, ni en ninguna otra cosa por el estilo.
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