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Jorge Alberdi

Textos


UN DERROTERO POSIBLE

(estoy revisitando viejos textos) (25/09/05)

Ya estoy lejos de aquél que ensayara poses extravagantes para llamar la atención de los demás. (Acabo de pisar una hormiga que se paseaba por el living).
Como Marco S. Fogg, en El Palacio de la Luna, no solo dejé de citar oscuros poetas del siglo XVI, o de mechar mis escritos con citas en latín, decanté paulatinamente toda mi erudición universitaria y alternativa hasta quedarme solo con la arena.

He abandonado mi aspecto estrafalario, los años me ayudaron un poco; por más que quisiese cambiar el color de mi pelo no podría hacerlo. Hoy mi aspecto no arrojaría sospechas; ni gris ni extrovertido delirante, apenas un ciudadano más, con un nivel socioeconómico relativo (relativo a qué) que se desplaza por la ciudad como cualquier otro ciudadano (el gato se cayó a la planta baja cuando abrí el postigo de la ventana del alféizar en el que tomaba sol. Rebotó en la cornisa y cayó golpeando la nariz ruidosamente contra el suelo. Sangra, está como atontado, y me apena su repentina fragilidad felina. No me mira; creo que está avergonzado).

Dejé pasar un tiempo prudencial que me permitiera desaprender aquello que me ensoberbecía. Desaprender en profundidad, hasta sentirme sin derecho a opinar. Sin derecho a la expresión.

Ahora construyo casas. Me gusta construir casas. Y las casas que construyo tienen un aire minimalista, aunque alguna irrupción clásica desacredita ese estilo. Las casas que me gusta construir son de líneas y volúmenes simples, abiertas a la luz. Por ejemplo, en estos días estoy terminando una que habito: los espacios dedicados al living, al comedor diario y a la cocina son espacios amplios, francos y comunicados entre sí, no hay puertas que los separen, apenas un pasillo con un gran ventanal al jardín de invierno (de este patio interno las paredes aún están sin pintar, y no me decido por las plantas ni por la iluminación, aunque creo que el color será un naranja casi amarillo, muy luminoso) y una especie de isla separa la cocina del comedor (recién pisé una hormiga que se señoreaba por el piso del living). Sin embargo he cerrado un cuarto para la biblioteca y el escritorio, donde me hallo en estos momentos. Allí sí quiero sentirme aislado, en otro mundo, con una ventana, esta, a otros mundos.

Algo que no pude desaprender es la vanagloria cuantitativa: la biblioteca debe de tener más de 1000 libros y revistas especializadas. Muchos de esos volúmenes tienen más un valor personal que intelectual. Están aquellos de mis épocas malas, que obtenía en librerías de viejo, comprando o robándolos; una buena cantidad de libros editados por amigos de otros tiempos; los que pude comprar cuando pude, y elegí, y los que compro por curiosidad siempre y cuando no tengan un costo dispendioso. Por ejemplo, los saldos de los supermercados me han permitido, en diferido, leer por módicas sumas a todos los premios anuales de grandes editoriales, o de fundaciones prestigiosas. Salvo algún que otro caso donde la ansiedad pudo más que mi precaución y me dejé llevar por las promociones de los suplementos culturales, meras extensiones de los departamentos de marketing de las editoriales, nunca arriesgué un peso de más en títulos y autores fantasmagóricos. En definitiva, de esta práctica no me arrepiento; la gran mayoría no valía el precio de tapa al momento de su lanzamiento, en especial en cuanto a narrativa argentina se refiere.

Como decía, abandoné las lecturas de Barthes y Foucault; me borré de los círculos de autogestión de estatus intelectual, dejé que el río corriera y arrastré mis libros de mudanza en mudanza para dedicarme a construir casas.
En realidad (la hormiga no estaba definitivamente muerta y con una pata se arrastra, mi gato no debe estar tan mal porque logró interesarse en ella, aunque ahora abandona el objeto de su intriga y, de un saltito, se acomoda en el Berger blanco ubicado en el rincón de la habitación, cerca de donde estoy. La luz mortecina de la tarde lo baña de un celeste tornasolado) más que construir casas creo que soy un habitante de casas, un hombre que acomoda su vida a los espacios y a las luces de la casa hasta que le duele algún músculo, alguna articulación y decide que esa casa ya no es para él. Entre construir y habitar, la casa se modifica y el hombre también. Hay como una articulación entre el carácter, el humor y la habitabilidad que se modifica según pasa el tiempo, según cambia el contexto. Por ejemplo, he habitado casas en las que yo no tenía un gato sino un perro. Un perro que me esperaba por las noches para saltarme encima y ensuciarme la ropa de la oficina. Un perro hembra, grande, incapaz de morder a nadie, pero que lograba disimular muy bien su mansedumbre. Un perro que alguien quiso mucho y luego debió, con todo el dolor que implicó para ambos, entregarme, por motivos de mudanza. También habité una casa en la que no había ni perro ni gato, pero había cuartos para niños, y los pasillos estaban impregnados del bullicio de la siesta. Gritos, chillidos, carcajadas, riñas. Por las noches los habitantes de las risas se sentaban al costado de mi cama y, de a uno, me contaban historias que inventaban o que leían en los libros de la biblioteca del colegio, hasta que me adormecía arrullado por el coro de esas voces delgadas y cristalinas. Por las mañanas no había nadie, y mi esposa dejaba una taza para que desayune, sobre la mesa aún quedaban los restos apurados de otros desayunos, grumos de cereal diseminados sobre el mantel manchado, una regla que alguien olvidó de guardar en su mochila. La casa me acogía en soledad, entonces me sentaba el sillón que ahora ocupa el gato con mi taza de café, a pensar en ese escritor que fui.
He habitado camas del mismo modo que habito o construyo casas. Y esas camas las he habitado con mujeres que me esperaban al anochecer cuando llegaba de la oficina para saltarme encima y ensuciarme la ropa.
Hace unos años construí una gran vivienda junto a dos mujeres que eran mis amantes. En esa oportunidad tampoco teníamos un gato o un perro, pero un amigo en común había rescatado un papagayo en el noreste, en un operativo conjunto entre gendarmería y fauna sobre la ruta 11, con lo cual el pobre bicho, que era un pichón al que se le asomaban una plumas de espléndidos tonos azules amarillos y rojos, no podía ser devuelto al monte, por lo que nos lo obsequió. Criamos al pájaro como si fuera nuestro hijo imposible, un hijo de los tres. Y el animal nos retribuyó con creces nuestra dedicación. Por las tardes agitaba con la pata su lata de comida contra la jaula (abierta) reclamando un poco de coca cola. Era un maldito vicio ese, al que lo malacostumbraron sus abuelos. Insistíamos en que no había que crearles a los chicos necesidades que no tenían. Por eso nos oponíamos con furia a la obsequiosidad de los viejos que llenaban sus bolsillos de golosinas antes de venir a visitarnos. Pero es como que los abuelos tienen todo permitido.
Nos hacía gracia porque cada vez que sonaba el teléfono él comenzaba a gritar ‘¡hola! ¡hola! hable por favor! ¡Quién es carajo!’ en lo que nos parecía un eco sarcástico de nuestras propias voces.
El trajín de esos días evitaba que pudiésemos estar durante el día en la casa, con lo que el papagayo sufría horrores. Contratamos a otra mujer para que se hiciera cargo de los quehaceres domésticos y lo alimentara mientras nosotros nos ocupábamos de otros asuntos menos importantes. Mujer con la que después me fui a habitar otra casa, pero que mientras estuvimos todos juntos alimentó al animalito como si fuera un perro; ‘yo siempre crié perros’, nos dijo luego. Con la dieta exclusivamente de carne, el pájaro perdió todas sus plumas y se quedó calvo. Las madres dijeron que eso hacía más sexy al querido papagayo, algo que no me atreví a contradecir. La relación terminó porque nadie soporta la infidelidad. La rara avis vive con ellas desde hace unos cuantos años y yo me conformo con llamar por teléfono cada tanto. En una de las cajas de la mudanza quedaron sus últimas plumas, las utilizo como marcadores de páginas.

Pero ahora estoy en una etapa en la que me he liberado de todos los lastres. Estoy liviano y ágil (el gato se revuelve incómodo en el sillón). De mi vieja actividad de escritor me quedó un reflejo que se traduce en esos textos convulsivos, a veces rabiosos, donde la poesía se tensa con la prosa sin resolverse, y esos poemas que me asaltan a las 23: 42 hs, invariablemente.
Entre tanto, ocupo y construyo, casi con un dejo de timidez ya que como bien dije al principio me siento ‘sin derecho a la expresión’, esta casa, este espacio que ustedes leen, quizá.

Por supuesto, viajo por los blogs y reconozco a algunos personajes de antaño, y veo un espectro nuevo de poses, un pandemónium de extravagancias, pedestales de soberbia que comienzan a edificarse en torno a nuevas religiones y sectas infranqueables. Tanto que me dan ganas de comenzar a citar en latín.
(finalmente el gato vomitó sobre mi querido sillón, señal de que está peor de lo que imaginaba después del golpe. Una araña cruza impertérrita desde la biblioteca hacia el living).
‘Semper tenus’

 

 

 

Servicio de Mensajes Cortos (SMS)

 

SMS 1: T llamé 2 veces p disculparme x la interrupcion de nuestra charla de la semana pasada. El problema era un poco + grave. Supero mi experiencia de madre. No hay caso, es imposible localizarT, x eso t escribo p recombinar.

SMS 2: Sil. Tampoco es facil encontrarte en tu oficina. No atendes.

SMS 3: No estoy alli. Estoy en el hotel de la empresa, en Capital

SMS 4: ¿ahora estas alli? Entonces estamos porq yo too estoy aqui, en Bsas, en 1 reunion. En 1 rato estoy x el hotel.

SMS 5: Vine x 1 dia, pero me pidieron q me qde hasta mañana. ImaginaT mi humor

SMS 6: Sí. No quisiera encontrarte nuevamente asi en el aeropuerto…

SMS 7: q karma. ¿ q tengo q hacer p q me perdones 1 mal dia…

SMS 8: Usar la imaginacion…

SMS 9: ey suena raro, rarito…

SMS 10: suena entretenido…

SMS 11: soy una mujer casada y c hijos

SMS 12: ¿castrada?

SMS 13: No. Ca sa da

SMS 14: Yo no.

SMS 15: Desayunamos juntos mañana en el hotel

SMS 16: Cenamos esta noche

SMS 17: No se. Tengo sueño. Estoy cansada.

SMS 18: cenamos – dormimos – desayunamos – regresamos

SMS 19: Ja! Todo junto?

SMS 20: Todo junto y juntos Ja!

SMS 21: estamos perdiendo la linea Jorgito

SMS 22: he perdido tantas cosas en la vida. Bajo a las 21 hs


 

 

TRAZAS 19

 

Con el fondo de un piano
Que suena olvidado
En sus tres notas quejumbrosas

Iluminado por el escozor
Del hambre
En penumbras

La máscara de la ciudad
Hace muecas en la ventana

Mis amores están lejos
Ensortijados en destinos de rutas

Orificios, linealidad, interrupción
Y el camino sigue.

Los bosques de los cuadros
Arrojan esa fragancia
Del panal destrozado y chorreante

El sol es un dibujo que duda
Por la mañana el viento se lleva
Embrujo, ojos y penumbras

Andábamos de aquí para allá
En un juego
De esquives y acercamientos

La pereza de la palabra
Es rica en anillos de humo
Soñar es un ejercicio

El camino sigue nuestros pasos

Soñar es un ejército.

Escritorio, humo, música
Deuda de soledad
Que no se paga con presencias.

Cada vez es más rudimentario
El lenguaje con que te amo

Soy un desconocido frente al espejo
Soy una rareza
Que se rearma.

Vendremos con el sueño
A ser uno.

Los nombres del aire
Combinan distancias
Ojos, labios, roces.

Al pasar, la máscara se cierra
Detrás quedó el futuro

Hoy vendremos
Sin habernos ido nunca

Dormitar frente al papel
Ese que dejaste
Sin borronear.

Derrumbado el esperma
Del paisaje
Tras el vidrio

Promesas de otras historias
Llegadas tarde
Abreviaturas de la vida

Si el nombre del aire
Se nombrase
El huracán de tus manos enloquece.

La arritmia estira
La evocación

La evocación
Despedaza tu presencia

No te olvides de mí
Ni aún ayer
Te olvides.

 

 

Y NO PREGUNTAS

Ya deja hablar el tramo tronante de la noche / enlaza en cada abra de la piedra la hiedra /que enreda el ojo del despojo / ¡allí duermo! en el eterno viento que sube desde el valle/ azota la oscura apertura del fuego / ruego por el esperma nupcial de la batalla que estalla en la vía láctea/ despierto al chamán en el vientre del miedo / No zozobres en el ahogo de estas palabras / la bosta el estiércol la mierda de los animales ciegos que lamen la luz mezquina de la luna / el secuestro de ese aliento en la puna desdibujada / ajada y cruel talla / retorcido tronco que en vilo asombra el hondo hueco / La noche la noche de esmeraldas que me pierde y te ruega olvido / ¡allí yazgo! en el rocío efímero que cuaja los zumbones mosquitos del silencio / Una canción que desespera entre peñascos pulidos por la ausencia anda despedazándose entre caminos inventados / El arrastre de hojas juega y arrasa la vida anterior / Lo que ahora embadurna esa mirada en la nada / miríada de duendes / de abejorros insistentes / de un sol pintado en la nostalgia / de bujes que chillan quebrándose en el alquitrán de la ciudad muerta / Déjalo hablar / deja al relámpago que miente una próxima lluvia que te canturree cosas de antaño / ahora pedazo de abismo desprendido / ahora flácido ácido de escombro orgánico / ahora futuro abono / pasto de la noche / pasta de experiencias desplegadas / mar antagónico y agónica figura perdida contra el viento / el viento de la soledad / el viento que lima los filos de las piedras / las diferencias humanas / los clavos de la vida.
Arrójate
si puedes / si temes / si escaldas el crepúsculo que ya se extinguió / si te duermes sobre la tragedia / y no preguntas a la esfinge / y no preguntas.

Jorge Alberdi /2004

 

 

DESCARTABLE

 

La mesa en la bisagra.
La mirada que puede ir al interior del local
o hacia la calle.

Me siento con la bandeja
El vidrio, limpio, impecable
La calle no, está sucia, el viento arremolina hojas y polvo
Un viejo se cubre los ojos de la tierra que vuela
Mientras se apura para no perder la propina del conductor
Cuando se vuelve levanta los ojos y mira hacia el local
No sé si me ve, quizá el reflejo del cristal solo lo muestre a él
Más desteñido: un hombre cansado que guarda una moneda.

Apoyo la bandeja y comienzo a separar los paquetes calientes
En el salón la mayoría de las mesas están ocupadas
Y la poca acústica del lugar ahoga la claridad de las conversaciones
solo ruidos, diálogos desmenuzados
La mayoría son adolescentes, o padres divorciados con sus hijos.
En el otro extremo un terremoto de chicos desmontan de a poco
Un pelotero.
Acomodo sobre la mesa un papel impreso
que hace las veces de mantel
lo barato sale caro, grita el refrán doméstico
Sobre el mantel reciclable desarmo el paquete lustroso
Donde humea un sándwich de hamburguesa, pepino y mayonesa
El cartón muestra las papas fritas y a un costado
Burbujea el líquido oscuro dentro del vaso encerado.

Mientras las manos se pegotean con la comida
el hombre detrás del vidrio cuenta monedas
las hojas se levantan embravecidas desde el suelo
y la tormenta se arma lentamente
pintando de gris la euforia del mediodía
reflexiono acerca del vacío que siento
de la lejanía de las palabras y las evocaciones
del diario que me habla en otro idioma
de las emociones que resbalan en la corteza que soy

Mientras mis dedos pringosos llevan los bocados
que mastico meticulosamente
la lluvia inicia su lavado finito, y las personas corren
cruzan la calle, se meten en los negocios
el cuidador de autos ha desaparecido
y me ha dejado solo, nuevamente,
con el menú de cáscaras flácidas y artificiales
que comienza a contraerse al costado de la mesa.

Ahora la lluvia es constante y plácida
logra hacerme olvidar la algarabía interna
miro la mesa llena de papeles y servilletas arrugadas
miro también mis dedos aceitosos
husmeo en mi vacío y no encuentro nada
salvo la misma pregunta de siempre
que podría traducir de muchas maneras
pero que yo sé, es la de siempre;
el interrogante que suspende, que fragmenta, que doblega.

El viejo vuelve
Se mira en el vidrio
Creo que me ve, o ve una sombra,
O eso que ve soy realmente.
Guardo el anotador, la página casi en blanco.
Solo algunos esbozos, también descartables.

Los dedos grasientos me recuerdan que he
terminado el ocasional almuerzo
me levanto y miro la mesa llena de papeles sucios y retorcidos
Siempre que vengo aquí
una vez cada tanto
siento el mismo asco.

 


 

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