LA CICATRIZ
Hay que mirar de cerca
abrir el bosque de las cejas
para verla.
Está allí porque yo sé
que está allí.
No queda nadie
que pueda recordarla.
Mi padre ha muerto
mi madre recuerda insignificancias más terribles
Detrás de algunas
alborotadas canas
que cambiaron la expresión
del rostro
mi cicatriz
es un rasguño oculto
una marca
identificación de pertenencia
¿Pero a qué?
Al pasado
al cúbico pasado.
Me veo desde atrás
sentado en el umbral de la puerta.
Hacia adelante un fragmento de plaza
ilumina la mañana.
En el interior del negocio
hay un perfume a especias
un gran cajón de madera lustrada por el uso
abierto por encima
muestra los profundos compartimientos
en uno hay azúcar en terrones
en otro delicados nidos de finos fideos
harina blanca
harina un poco más oscura
una enorme cuchara de metal para servir.
A un lado del mostrador
tiemblan paralelos brillos
frascos oblicuos
con las bocas abiertas al despachante
arroz; fideos; lentejas; arvejas partidas.
La penumbra contrasta
con el incendio de la calle.
Vuelvo a verme ahora
Sentado en el umbral de la puerta de salida
una mujer gorda me esquiva y acaricia mi cabeza
Yo, o ese que está sentado allí con un marco
de plaza de pueblo enfrente
garabatea con un palito
sobre el polvo de la acera.
Si es un recuerdo. Si ahora quisiese
reconstruir mi vida como en una biografía
¿Cómo es que me veo desde atrás?
¿Cómo es que puedo ver los frágiles codos
bailando dentro de la manga de una remera a
rayas
al compás de los movimientos de mi propia mano
que sube baja borra reescribe
como si no fuesen míos, mientras la señora
sale y acaricia el rubio cabello con ternura de
abuela?
¿Es posible que ese recuerdo no sea mío?
¿Puedo recordar, acaso, el destino de mi mano
en la punta del palo que horada el polvo de la
vereda?
¿Puedo levantar por un minuto mis ojos,
anular el conjuro del ensimismamiento,
y mirar hacia el frente
ver la diagonal de baldosas que lleva al centro
de la plaza
los reverberos del sol entre las hojas de los
eucaliptos
la torcaza que se revuelca en el polvo
un viejo sentado en el banco, leyendo un diario
el hombre que se arrima al cantero para cruzar
la calle
y que se parece a mi padre que levanta un brazo
y grita algo
justo cuando un coro de chicharras alborota el
mediodía?
En la sombra fresca del interior está mi madre
yo espero en el umbral
olvidado del mundo y del día
dibujo sobre la mugre de las baldosas.
Tal vez porque mi madre está aún adentro
es que yo recuerdo viéndome desde atrás
como si fuera ella quien me ve
sentado, con la cabeza gacha,
con una aureola encima, creada por la luz que
inflama
la rebeldía del remolino.
Pero no puedo ver lo que mis ojos ven allí
sentado
ni lo que pasa al costado
en la esquina
o hacia el otro lado
donde está la panadería
ni tampoco hacia adelante
donde un hombre parecido a mi padre cruza la
calle
Y grita algo,
me grita.
Mi madre está aún adentro, comprando.
La música de la radio valvular se entrecorta;
a la ‘amplitud modulada’
que anuncia tormentas con su ruido
se le superpone la propaladora móvil
un Gordini rojo, modelo 66, con sus
altoparlantes en el techo
se mueve lentamente por la avenida
la voz chillona y metálica perfora el aire de la
mañana que se muere.
La radio, los anuncios eléctricos, mi padre que
grita algo
probablemente un bocinazo, las chicharras
una confusión de sonidos que no rompe el
encanto.
Pero quizá porque es mi padre el que cruza
es que también puedo recordarme desde afuera
sentado en el umbral de la puerta de la despensa
en la esquina, frente a la plaza, en diagonal a
la escuela provincial
las piernas abiertas,
movimiento facilitado por los pantalones cortos
y negros
rodillas que brillan
por entre medio, la cabeza gacha, inclinada
hacia adelante,
sobresaliendo de la verticalidad de la pared,
los ojos que guían
la mano que se mueve y arrastra el palito sobre
el polvo
la señora que sale de la oscuridad del almacén
acaricia la cabeza del niño que juega, olvidado
del mundo
La bicicleta de carga que viene veloz por la
vereda
esquiva a la señora que sale con su bolsa
se va contra el niño, que no escucha el grito de
advertencia
y lo golpea en la frente
Otro ruido se suma a los ruidos en el interior
del negocio
la bicicleta rueda con su conductor, unas bolsas
con pan se desparraman
Me siento sangrar.
La cicatriz está ahí
muy pocas veces la veo
y cuando lo hago
recuerdo el umbral de la puerta
ese día lejano, caluroso y seco
pero no alcanzo a recordar aquello que dibujaba.
Es cuando me pregunto
por la densidad, por las capas de la memoria
células muertas sobre células de cuerpos
extraños
cúmulos inciertos
sedimentos.
agosto 2008
( de ‘Primera Persona, del
singular’)
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