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Jorge Dipré

Textos


AUTORRETRATO

 

Hay un gato siamés

que el invierno enrolla en un cojín

(palabra esta -cojín- extraída de la

traducción que hiciera Carlos Obligado

del Poe-ma "The Raven").

El vapor condensado en el vidrio de la ventana

comienza a chorrear.

Su mujer ha salido a construir pirámides

y él está sentado junto a la mesa de la cocina;

la luz que entra, habiendo

atravesado antes un toldo en deplorable estado

y que cumple la función de evitar

que el sol, el viento, las heladas

arruinen la athyrium filixfoemina, el bonsai

de limón (pobre árbol torturado gracias a un dudoso

arte oriental), la begonia rex y un sin fin

de otras plantas, no es

de la intensidad que se requiere

para escribir un poema sin el debido

perjuicio para la vista. Sin embargo insiste.

Aplasta el lápiz contra el borrador;

el silencio es testigo de los pequeños golpeteos.

Suele detenerse, dudar. Se prepara un café.

Fuma un cigarrillo. Atiende el teléfono con impaciencia.

Busca entre los papeles cartas de un amigo,

lee algún reproche y sonríe.

Cuando vuelve el poema ya no es el mismo

él mismo ya no es quien era.

Con una paciencia que no le es común

insiste sobre algo que no podría definir como una tarea.

Ha pretendido olvidarse de su yo lírico

y engarza cliché tras cliché, frases oídas,

o leídas en los carteles de la city.

Se pone la máscara de un hombre

que está sólo (en la ciudad) y espera (el olvido,

quizá).

Duda. Suena el timbre. Aprieta el botón

para que su esposa pueda abrir la puerta.

No la besa; ella sabe

(ha traído unos afiches recién impresos

que huelen como las calcomanías).

OK -se dice-

y ahora este collage que me he permitido

y que quiero despersonalizado

¿quién lo erigió como un edificio

de la palabra de nadie?.

Corrige, pega algunas advertencias,

consejos útiles, retazos bíblicos,

insiste con la reescritura

diseminada de El Cuervo,

ensaya alguna crítica risueña

en base al mismo mecanismo.

Pone un punto que no sabe si será

el final. (Su esposa se está bañando

y el ruido de la ducha -que es ruido

de agua- le recuerda lluvias y cascadas).

Ese solo recuerdo ha bastado

para transformarlo en otro hombre

otro poeta

que escribe otro poema

fuertemente lírico

infinitamente personal

tan infinitamente

que el yo no puede más que

   deshacerse en la voz de nadie.

 

 

(de ‘Parricidio’)

 

 

 

 

 

 

PREGUNTAS A LA HORA DEL TÉ

 

Nombrarte hubiese sido

un vano gesto del lenguaje.

 

Te has ido

y no pregunto dónde

digo

cómo

cómo es que te has ido

y qué hago ahora con

esta soledad de cinco de la tarde

sin tus manos;

tu mirada ausente

de niña distraída,

desfalleciente;

tu leve blusa

entregada a la brisa

de la ventana

Qué hago sin

tu perfume

inseparable ya

del perfume del jardín;

sin el roce imperceptible

            de tus pies

            en el suelo de piedra pulida.

 

Nombrarte hubiese sido

un manotazo a tu esencia.

 

Ahora sólo espero

-al levantar la taza fría

 y caminar hasta la cocina

derramar la cobriza infusión

con las espaldas puestas

a la habitación que da al patio-

sentir el peso de tu mano

sobre mi hombro

y el ruido previo de hojas secas

bajo tus pies.

 

(de ‘Parricidio’)

 

 

 

 

 

LA SITUACIÓN TÓRNASE DELICADA

 

No hay ojos para las imágenes

de este mundo

alguien las busca

entre restos

ni volviendo sobre sí

la cosa es real

no se insinúa

tal no parece.

Vertiginosas secuencias del malestar

compensación de espacios

agudos contrastes

buena composición

el diario es el mapa de lo cotidiano

pandemónium

calidoscopio

Tokio al alcance de la perilla

lamas tibetanos

              indiferentes y celulóideos

brumas inquietas in-ciertas

ripio

 

¡OK!

 

la ceguera no es buena compañera

              pero es casi lo mismo.

 

 

(de ‘Parricidio’)

 

 

 

 

 

 

 

EL MUERTO

 

Todos los días

cuando paseo en auto por el cementerio

me saluda,

sentado en el borde de la vereda

un muerto

Siempre que paso

está el muerto

me saluda

        el muerto

Un día de esos malos, que suelo tener

pasé y me saludó

        el muerto

entonces, colérico,

me bajé y lo desarmé a patadas

pero tanto me agité

que tuve que sentarme en el borde

                                       de la acera

junto al montón polvoriento de huesos

 

Ayer

cuando estaba, como todos los días

sentado en el borde de la vereda

                                del cementerio

pasó un muerto en automóvil

y creyó que yo le saludaba.

 

(1984,  corregido)

 

 

 

 

 

LOS PECES PASAN SIN SER PESCADOS

 

                             -I-

 

Los pasos que acarician y torturan las cuadrículas

desplazan masas de aire

pero no arrojan tras de sí el fuerte trueno

de la tecnología.

Y al desplazamiento engatado se pegan

finas películas (hay un extraño juego de aditamentos:

éter y colores, luz que dibuja -ansiosamente-

comunes fantasías).

 

La calle es testigo

de lo deseado.

Anida silencios en las horas pico del enmudecimiento

escrita como está de secretos en multitud.

Las miradas a veces vuelven

acompañadas de la misma cadencia que las inquietara

frías o tasadas

cálidas o ingenuas

mordidas de mortal audacia

Quedan sólo en chispas fugaces del roce

u ocurre el milagro

y los roces serán -por fin- otros roces.

 

Pero ahora la mañana ha dejado que su perfume

se impregnara de un deslizar jabonoso

y una rara mezcla que no prescinde del café

araña mis fosas nasales.

Los dardos aguijonean el paisaje de la urbe

rastreando una mágica conjunción

que deslinde esas fragancias en colisión franca

Debe desprenderse del remolino aromático

el smog, lo podrido, los humores de la noche

debe triunfar el de la embriaguez a mis ojos.

Allí, exponiéndose ante la vidriera que la devora

envaramiento sinuoso envía sus reflejos carnales

ignorante -¡quién puede saberlo!- de todo acoso

de la mirada.

Con sencillez de artilugio fantástico el perfume se acerca

y me roza dejándome embebido

el aire se ha agitado brevemente

ha hecho un vacío en el tiempo

¿Será momento este de conjurar a un laborioso demonio

o arrojar sobre esa terrible imagen el fácil recurso del anhelo?

 

 

                             -II-

 

Lava el agua los colores

y los repinta

el musgo sueña figuras

sobre fantasmas

tras cortina purificadora

los golpes tamborilean el cristal

y yo ahogo en mí la fiesta

Animal ozono tiembla en las aletas

y la confianza del papel desaparece

olor a libro recién impreso

olor a colores

devueltos por la tormenta.

 

 

                           -III-

 

No se trama un día

en las aureolas aceitosas

del primer café.

Tanto abraza la mirada la ventana

inasible que obligará a la imagen

Un segundo basta para ser pensado.

En esa partícula cabe el mundo de las fragancias

hasta la tropical

el tostado sol de los bares.

¿vale la pena?

Salir al hormigueo de la urbe

por ubres ofrecidas en su emanación

Bah!

Volver enbolsillado a la geométrica cueva

rutinar lo indeciso de la calle

ese ir y venir

que lima el duro cemento

Alquitrán al mediodía

Alquitrán por las noches

cuando el ahogo, el ahogo

del día a día

nocturnamente nos eleva a la terraza.

 

Habrá que intuir las estrellas

tenues en la lechosidad

otra luna nos devolverá la cordura

allá, cuerpecitos, duendes mudos

múltiples escenarios, la vida, se mueve.

Podría ser una noche donde

ya el otoño se huele

pero no

el perfume puede ser ahora una invención

un recuerdo

avivando con melancolía lo cercano y negado.

 

(de ‘El hombre que está solo y espera (el olvido)’)

 

 

 

 

 

 

 

Y EL TREN AVANZA

 

Hacer el rumbo

cuando sobre los rieles

merece el imposible

sin embargo, los desvíos

los descarriles voluntarios

retrocesos de una larga fila

el arrastre de vagoncitos

            unos medio caídos

dos máquinas, una en cada punta

gusano bicéfalo

la detención no es más

que dos cabezas impulsando

            en sentido contrario

y el tren avanza

y el tren avanza, lento

hacia uno u otro lado

según la fuerza de sus motores

imperceptible

sobre el rumbo

y el tren avanza

aunque le lleve siglos

aunque el tiempo lo gaste

lo lime en su mimo

y haga caer tornillo a tornillo

y los pasajeros dejen de ser los mismos

y las generaciones se sucedan

de cara a la ventanilla

frente a un mismo pueblo

al que se le caen las piezas

se le muelen los ladrillos

como si nada

como una foto sepia

que va perdiendo los contornos

hasta quedar desierta, blanca

tentación de las líneas

            paralelas.

 

(de ‘Entre Trenes’)

 

 

 

CIERTA INOCUA FIDELIDAD

 

Ahí yace

una larga pasarela de piedras blancas

casas inglesas vastas con pisos de listones de pinotea

un aljibe en el centro del amplio patio

algunas higueras y una gata gris agregada

una paloma escasamente oscura

que de mi hombro pasó al lomo del tren y se fue.

Ahí quiero verme aunque no me reconozca.

Ahí mis padres son siempre jóvenes y felices

en esos planos que se superponen y se funden

y crean la superficie de mi infancia.

No hay artificios que poner en juego

todo tenía un misterio y una naturaleza

hasta los habituales sonidos del ferrocarril

con los cuales hoy mismo

y sin que ellos alteraran mi siesta

sería capaz de convivir.

 

El tiempo pasa y arrasa

no así los trenes

ahora alguna película me emociona

algún ruido me transporta

magia de la cual no se regresa.

 

Las vías están muertas pero en mí perdura

la belleza demoledora de aquellos monstruos.

 

(de ‘Entre Trenes’)

 


 

 

 

 

MUCHACHAS

 

Muchachas de la noche

frente al viento frío y salobre del mar

con los pezones

duros y filosos

queriendo abrir

el tejido de sus blusas

ajustadas y vivaces.

Los ojos oscuros en las sombras

y zigzagueantes como

gatos eléctricos

piel de elástica madera

dejan tras su paso

ecos de acentos,

y el deseo en suspenso.

 

 

(de ‘El sabor fresco de la menta’)

 

 


 

 

AQUELLA MUJER

 

‘Aquella mujer era tan hermosa

que me daba miedo’

G. Apollinaire de “1909”

 

La mujer me miró

desde su descuidada aparición

Sus ojos verdes

sostuvieron  mi interrogante

Casi le pido

que no se moleste por mi silencio

cuando la admiro

Pero no me atreví.

 

(de ‘El sabor fresco de la menta’)


 

 

 

 

TE DORMÍAS

 

El vino aún perduraba

en la copa de tu boca

antes de que te durmieras.

Te dormías bailando.

Te dormías sentada sobre mis rodillas.

Te dormías sobre el hombro

y tu aliento

acariciaba mi cuello.

Te dormías mientras hablábamos.

Te dormías cuando más intentaba despertarte.

Todo tu cuerpo se dormía tibiamente sobre el mío.

Te dormías.

Te dormías indefectiblemente

la última noche que estaríamos juntos.

Así que te tomé

entre mis brazos

te llevé a la cama

te vestí con tu pijamas de algodón

me desvestí todavía con la esperanza

de que despertaras

puse el reloj en hora, me acosté

y esperé

esperé a esa mañana neblinosa y fría.

 

 

(de ‘El sabor fresco de la menta’)

 

 

 

LEO A MUJERES

 

Leo a mujeres.

Anais que escribe

como hombre, para excitar hombres

Angélica que no logra

dejarme el sabor fresco de la menta

y que en mi decepción

acuña una imagen

de niñas fotografiadas

por lúbricos y decrépitos socios.

María Teresa que me acuna

de muerte

y juega juegos de palabras

para que despierte.

Carmen saluda con gestos

de gatos en la bruma.

Solange que disemina

fragmentos estéticos

de cuerpos

y dialoga con Mary Shelley

una alegoría de fin de siglo.

Marguerite que besa

la negra piedra

de los conjuros.

La sangre que se vierte

como una escritura

y después

leo también a esas

mujeres nocturnas

que se desplazan con

el nuevo milenio.

Libros o cartas

poemas, e-mails o desnudeces

Leo

y me leen esas mujeres

casi anónimas

Algunas me intuyen

en un espejo opaco

donde mis propios ojos

me miran sorprendidos.

Otras ríen con

una risa casi en papel.

Historias y destinos

distancias que se borran

la soledad de una mujer

que me pone

frente a mi propia soledad.

Leo a mujeres

y me dejo acariciar

con sus lecturas.

 

(de ‘El sabor fresco de la menta’)

 

 

 

 

 

LA CICATRIZ

 

Hay que mirar de cerca

abrir el bosque de las cejas

para verla.

 

Está allí porque yo sé

que está allí.

No queda nadie

que pueda recordarla.

Mi padre ha muerto

mi madre recuerda insignificancias más terribles

 

Detrás de algunas

alborotadas canas

que cambiaron la expresión

del rostro

mi cicatriz

es un rasguño oculto

una marca

identificación de pertenencia

¿Pero a qué?

Al pasado

al cúbico pasado.

 

Me veo desde atrás

sentado en el umbral de la puerta.

Hacia adelante  un fragmento de plaza

ilumina la mañana.

En el interior del negocio

hay un perfume a especias

un gran cajón de madera lustrada por el uso

abierto por encima

muestra los profundos compartimientos

en uno hay azúcar en terrones

en otro delicados nidos de finos fideos

harina blanca

harina un poco más oscura

 una enorme cuchara de metal para servir.

A un lado del mostrador

tiemblan paralelos brillos

frascos oblicuos

con las bocas abiertas al despachante

arroz; fideos; lentejas; arvejas partidas.

La penumbra contrasta

con el incendio de la calle.

Vuelvo a verme ahora

Sentado en el umbral de la puerta de salida

una mujer gorda me esquiva y acaricia mi cabeza

Yo, o ese que está sentado allí con un marco

de plaza de pueblo enfrente

garabatea con un palito

sobre el polvo de la acera.

 

Si es un recuerdo. Si ahora quisiese

reconstruir mi vida como en una biografía

¿Cómo es que me veo desde atrás?

¿Cómo es que puedo ver los frágiles codos

bailando dentro de la manga de una remera a rayas

al compás de los movimientos de mi propia mano

que sube baja borra reescribe

como si no fuesen míos, mientras la señora

sale y acaricia el rubio cabello con ternura de abuela?

¿Es posible que ese recuerdo no sea mío?

¿Puedo recordar, acaso, el destino de mi mano

en la punta del palo que horada el polvo de la vereda?

¿Puedo levantar por un minuto mis ojos,

anular el conjuro del ensimismamiento,

y mirar hacia el frente

ver la diagonal de baldosas que lleva al centro de la plaza

los reverberos del sol entre las hojas de los eucaliptos

la torcaza que se revuelca en el polvo

un viejo sentado en el banco, leyendo un diario

el hombre que se arrima al cantero para cruzar la calle

y que se parece a mi padre que levanta un brazo y grita algo

justo cuando un coro de chicharras alborota el mediodía?

 

En la sombra fresca del interior está mi madre

yo espero en el umbral

olvidado del mundo y del día

dibujo sobre la mugre de las baldosas.

Tal vez porque mi madre está aún adentro

es que yo recuerdo viéndome desde atrás

como si fuera ella quien me ve

sentado, con la cabeza gacha,

con una aureola encima, creada por la luz que inflama

la rebeldía del remolino.

Pero no puedo ver lo que mis ojos ven allí sentado

ni lo que pasa al costado

en la esquina

o hacia el otro lado

donde está la panadería

ni tampoco hacia adelante

donde un hombre parecido a mi padre cruza la calle

Y grita algo,

me grita.

 

Mi madre está aún adentro, comprando.

La música de la radio  valvular se entrecorta;

 a la ‘amplitud modulada’

que anuncia tormentas con su ruido

se le superpone la propaladora móvil

un Gordini rojo, modelo 66, con sus altoparlantes en el techo

se mueve lentamente por la avenida

la voz chillona y metálica perfora el aire de la mañana que se muere.

La radio, los anuncios eléctricos, mi padre que grita algo

probablemente un bocinazo, las chicharras

una confusión de sonidos que no rompe el encanto.

 

Pero quizá porque es mi padre el que cruza

es que también puedo recordarme desde afuera

sentado en el umbral de la puerta de la despensa

en la esquina, frente a la plaza, en diagonal a la escuela provincial

las piernas abiertas,

movimiento facilitado por los pantalones cortos y negros

rodillas que brillan

por entre medio, la cabeza gacha, inclinada hacia adelante,

sobresaliendo de la verticalidad de la pared, los ojos que guían

la mano que se mueve y arrastra el palito sobre el polvo

la señora que sale de la oscuridad del almacén

acaricia la cabeza del niño que juega, olvidado del mundo

La bicicleta de carga que viene veloz por la vereda

esquiva a la señora que sale con su bolsa

se va contra el niño, que no escucha el grito de advertencia

y lo golpea en la frente

Otro ruido se suma a los ruidos en el interior del negocio

la bicicleta rueda con su conductor, unas bolsas con pan se desparraman

Me siento sangrar.

 

La cicatriz está ahí

muy pocas veces la veo

y cuando lo hago

recuerdo el umbral de la puerta

ese día lejano, caluroso y seco

pero no alcanzo a recordar aquello que dibujaba.

Es cuando me pregunto

por la densidad, por las capas de la memoria

células muertas sobre células de cuerpos extraños

cúmulos inciertos

sedimentos.

 

 agosto 2008

( de ‘Primera Persona, del singular’)

 


 

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