La silla
-Menos mal que trajimos la silla, Dani -dice mi vieja
cargada de paquetes con los regalos que vamos a llevar de
vuelta a Rosario, principalmente el ejemplar geológico
típico de La Falda para mi jefa y un llavero de gauchito
para mi jefe en agradecimiento a esa dedicatoria
ininteligible que me estampó en mi ejemplar de “Fruta” cuya
presentación presenciamos en “El café de la Rosa” allá en
Rosario, una noche turbulenta de algarrobos voladores: “con
todo el amor del chimurri”
-Si no, no hubiéramos podido hacer todo este trayecto
buscando regalitos por la avenida principal de La Falda;
caminando con el bastón, vos hubieras traspirado la gota
gorda, hijo, y en 10 minutos hubiéramos hecho una cuadra. En
cambio así... -dice alborozada, empujando el artefacto
transportándome cómodamente sentado.
-Después, a la tarde hay una excursión a...”Las cavernas del
indio muerto”... no sé, pero nosotros no vamos; a la siesta
nomás, nos cruzamos a la pileta de natación de enfrente del
hotel y yo tejo y vos nadás un rato. Ahora... Yo te voy a
pedir una cosa, Danielito... -se pone seria- No te alejes
tanto del borde ni te arriesgues a no poder volver sino esta
chica morochita que está de guardavidas... ¿Natividad se
llama?... te tiene que ir a rescatar y a mí me da calor...
No sé... - hace una pausa como buscando las palabras y por
fin se decide -Yo no te crié tan degenerado.
-Es que, cuando yo me alejo del borde, después ingurgito,
trago agua y me hundo, no puedo volver, no lo hago a
propósito- y pienso (...”y su pelo huele a goma de mascar”).
-Después ella te cruza la avenida principal lo más
tranquila. Tuvimos suerte en conseguir este viaje relámpago
a la Falda por los jubilados, la gente del contingente es
divina... Un día podemos ir a ese ciber que me dijeron para
que les mandes un mail a tus amigos... La estamos pasando
bien, hijito ¿no?
-Si má... -digo distraídamente- y le doy una mirada general
al paisaje serrano desde mi punto de observación con ruedas.
Estamos circulando sobre un promontorio un tanto
sobreelevado, paralelo a la avenida principal de dos manos a
la cual a la que vemos un poco lejana allá abajo por la
perspectiva. No obstante, la bajadita no parece tan
pronunciada e invita a arriesgar un cruce de la avenida
principal, así directamente, sin dar vuelta la silla de
ruedas para bajar los cordones como hacen los enfermeros,
sin calcular la aceleración que le puede imprimir a la silla
en movimiento esa bajadita endiablada, la dinámica del
momento, la física, la ley de gravedad...
Yo tampoco lo pienso... No sé... Mucha inconciencia. Mucha
imprevisión. Newton nos hubiera mandado a marzo.
-Acortemos camino, vayamos acercándonos despacio a la
avenida ¿querés, Dani?
Yo no contesto pensando tal vez todavía en la goma de mascar
y ahí vamos.
No sé. De golpe la silla se descontrola y entra a acelerar
como uno de esos carritos chocones del Parque Independencia.
Finalmente, parece tomar vuelo propio y se suelta de las
manos de mi madre.
Y de golpe, me encuentro bajo ese sol tibio serrano viajando
en una silla de ruedas descontrolada, a 70 kpm, escuchando
los pedidos de auxilio desesperados de mi madre, hacia una
avenida de dos manos con automóviles que circulan raudos
hacia un destino indeterminado.
Ya llegando al cordón, me imagino algún automóvil
colisionando con la silla solitaria que me transporta, yo
volando por el impacto como un muñeco desarticulado y se me
ocurre un último pensamiento triste, desubicado y final como
(“¡Mirá, mamá, sin manos!”)
Por suerte, antes de llegar, un par de señoras detienen la
silla, haciéndola derrapar hábilmente sobre la calzada.
-¡Ay, señora, qué susto! Por suerte yo tenía que cuidar a
una tía mía muy enfermita, pobre, y algo me acordaba cómo
manejar una silla!
Yo, todavía semishockeado, no se me ocurre mejor idea que
seguir con los pensamientos tristes y desubicados y estoy
por preguntarle a la señora:
-¿Y después qué pasó? -pero me detengo a tiempo.
Agradeciéndole profusamente a la señora, decidimos continuar
por la misma vereda, sin cruzar la amplia avenida. Calculo
que, antes de volver demudados al hotel, cruzando esa
bendita avenida como es debido vamos a pasar por esa
farmacia que, un día descubrimos que estaba ahicito nomás,
enfrente del hotel. Calculo que a comprar un frasco tamaño
familiar de “Nerviocalm gotas”.
21 08 09
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