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Amigos

 

Daniel Eduardo Greco

 

Textos


La silla

 

-Menos mal que trajimos la silla, Dani -dice mi vieja cargada de paquetes con los regalos que vamos a llevar de vuelta a Rosario, principalmente el ejemplar geológico típico de La Falda para mi jefa y un llavero de gauchito para mi jefe en agradecimiento a esa dedicatoria ininteligible que me estampó en mi ejemplar de “Fruta” cuya presentación presenciamos en “El café de la Rosa” allá en Rosario, una noche turbulenta de algarrobos voladores: “con todo el amor del chimurri”

-Si no, no hubiéramos podido hacer todo este trayecto buscando regalitos por la avenida principal de La Falda; caminando con el bastón, vos hubieras traspirado la gota gorda, hijo, y en 10 minutos hubiéramos hecho una cuadra. En cambio así... -dice alborozada, empujando el artefacto transportándome cómodamente sentado.

-Después, a la tarde hay una excursión a...”Las cavernas del indio muerto”... no sé, pero nosotros no vamos; a la siesta nomás, nos cruzamos a la pileta de natación de enfrente del hotel y yo tejo y vos nadás un rato. Ahora... Yo te voy a pedir una cosa, Danielito... -se pone seria- No te alejes tanto del borde ni te arriesgues a no poder volver sino esta chica morochita que está de guardavidas... ¿Natividad se llama?... te tiene que ir a rescatar y a mí me da calor... No sé... - hace una pausa como buscando las palabras y por fin se decide -Yo no te crié tan degenerado.

-Es que, cuando yo me alejo del borde, después ingurgito, trago agua y me hundo, no puedo volver, no lo hago a propósito- y pienso (...”y su pelo huele a goma de mascar”).

-Después ella te cruza la avenida principal lo más tranquila. Tuvimos suerte en conseguir este viaje relámpago a la Falda por los jubilados, la gente del contingente es divina... Un día podemos ir a ese ciber que me dijeron para que les mandes un mail a tus amigos... La estamos pasando bien, hijito ¿no?

-Si má... -digo distraídamente- y le doy una mirada general al paisaje serrano desde mi punto de observación con ruedas.

Estamos circulando sobre un promontorio un tanto sobreelevado, paralelo a la avenida principal de dos manos a la cual a la que vemos un poco lejana allá abajo por la perspectiva. No obstante, la bajadita no parece tan pronunciada e invita a arriesgar un cruce de la avenida principal, así directamente, sin dar vuelta la silla de ruedas para bajar los cordones como hacen los enfermeros, sin calcular la aceleración que le puede imprimir a la silla en movimiento esa bajadita endiablada, la dinámica del momento, la física, la ley de gravedad...

Yo tampoco lo pienso... No sé... Mucha inconciencia. Mucha imprevisión. Newton nos hubiera mandado a marzo.

-Acortemos camino, vayamos acercándonos despacio a la avenida ¿querés, Dani?

Yo no contesto pensando tal vez todavía en la goma de mascar y ahí vamos.

No sé. De golpe la silla se descontrola y entra a acelerar como uno de esos carritos chocones del Parque Independencia. Finalmente, parece tomar vuelo propio y se suelta de las manos de mi madre.

Y de golpe, me encuentro bajo ese sol tibio serrano viajando en una silla de ruedas descontrolada, a 70 kpm, escuchando los pedidos de auxilio desesperados de mi madre, hacia una avenida de dos manos con automóviles que circulan raudos hacia un destino indeterminado.

Ya llegando al cordón, me imagino algún automóvil colisionando con la silla solitaria que me transporta, yo volando por el impacto como un muñeco desarticulado y se me ocurre un último pensamiento triste, desubicado y final como (“¡Mirá, mamá, sin manos!”)

Por suerte, antes de llegar, un par de señoras detienen la silla, haciéndola derrapar hábilmente sobre la calzada.

-¡Ay, señora, qué susto! Por suerte yo tenía que cuidar a una tía mía muy enfermita, pobre, y algo me acordaba cómo manejar una silla!

Yo, todavía semishockeado, no se me ocurre mejor idea que seguir con los pensamientos tristes y desubicados y estoy por preguntarle a la señora:

-¿Y después qué pasó? -pero me detengo a tiempo.

Agradeciéndole profusamente a la señora, decidimos continuar por la misma vereda, sin cruzar la amplia avenida. Calculo que, antes de volver demudados al hotel, cruzando esa bendita avenida como es debido vamos a pasar por esa farmacia que, un día descubrimos que estaba ahicito nomás, enfrente del hotel. Calculo que a comprar un frasco tamaño familiar de “Nerviocalm gotas”.


 21 08 09

 

¡Mil diablos el café que se vuelca!

Los últimos pedazos de sueños se esfuman como un perfume

El perro entra sin permiso acompañado por los diez grados bajo cero de afuera

La furia me ciega y tropiezo con una silla anatómica con las patas en ángulo grave

Me levanto mientras el perro me lame piadosamente una oreja

¡Me estoy helando de frío!

Me masajeo aún la rodilla cuando suena el maldito timbre

Salgo a atender descalzo y casi en cueros

El aborrecido cobrador tartamudea mi apellido entre signos de interrogación mientras retrocede cautamente quince pasos al ver la cabezota de Atila -así se llama mi perro- asomándose por la mirilla

Vuelvo castañeteando los dientes

Cuando estoy sirviendo el café soy interrumpido por un coro de perros y una voz que grazna malhumorada:

¡SODERO!

Salgo a atender al amable dispensador de agua con pedos

Regreso, doy el primer sorbo al café, me quemo la lengua

Muevo el interruptor de la radio que seguramente alguien apagó con el volumen al máximo y una voz amplificada cien veces ladra:

¡EL DÓLAR, LAS TASAS, LOS BÓNEX...!

He decidido terminar con mi vida

 

 

 Daniel Eduardo Greco (del libro "Noticias del mundo", plaqueta editada junto con "El bodrio" de Jorge A.  Dipré y Jorge P. Yakoncick

 

   
 


 

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