InicioCasi TodoLo nuevoEnlaces

 

Amigos

Alberto Ramponelli

Textos


 

 

 

 

(I)

Como una palabra tragada por el silencio, puede decirse. Lo cierto es que el tipo cayó desde la cubierta sólida de un barco y luego de teatrales pataleos y manoteos más o menos grandilocuentes, desapareció bajo la superficie del agua. Tal vez, con un poco de suerte, el cuerpo sea devuelto a tierra firme. Pero no resucita; es sólo un cuerpo muerto sobre la arena de la playa. A lo sumo, algunos testigos podrán apreciar la belleza quieta, casi repugnante en su propia fascinación, del ahogado. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

(II)

Una luz se prende en algún lugar de la casa, pero la casa está vacía (el gato, que dormita solitario sobre un sillón, no cuenta). Un sonido se escucha en algún punto de la casa, pero la casa está vacía. Un objeto cambia de disposición dentro de la casa, pero la casa, claro, está vacía. Y un minuto antes de que sus habitantes regresen, la luz se apaga, el silencio se restituye, el objeto vuelve a su sitio. Sólo el gato ha sido testigo de estos mínimos acontecimientos. Pero, como ya dijimos antes, el gato no cuenta.

 

 

 

 

 

 

(III)

 Pienso en mi madre que está muerta, y no termino de entenderlo, mi pensamiento se hace todo dolor. Me doy cuenta, entonces, que no podemos pensar la muerte desde la vida, porque desde la vida la muerte es absolutamente incomprensible. Desde la vida, se puede pensar únicamente en la vida. Lo que no podemos saber (desde la vida) es si en la muerte se podrá pensar en la muerte. Y menos aún, si desde la muerte podremos pensar en la vida. Quiero decir, si mi madre pueda tener, ahí donde está, algún pensamiento para mí.

 

 

 

 

 

 

(IV)

 Ni siquiera hace falta esperarlos. Uno detrás de otro, llegan. Sin pausa, sin descanso. Llegan. ¿Quién dijo que la espera sin concreción es mala? Esto es mucho peor. Preferible estar al borde del desierto esperando a los tártaros y que estos se demoren infinitamente. Mil veces preferible. Porque acá sí llegan. Uno detrás de otro, llegan. No nos dan tregua, nos dejan vacíos, sin tiempo para pensar, sin un remanso de quietud donde cultivar un conflicto hecho de tedio. Ni siquiera podemos aburrirnos. ¿Quién puede vivir así? Llega la noche, y ellos. Llega el día, y ellos. Ellos, ellos. ¿Rendirnos, quizás? No podemos. Nadie sabe por qué, pero no podemos. Desearíamos lavarnos en viejos fuentones, aunque más no sea, criar un perro, demorarnos un poco en la sobremesa. Pero no. Ellos. A veces incluso nos encerramos en el baño a fumar un cigarrillo, pero enseguida una mano golpea imperiosa la puerta. No hacen falta palabras, el tac, tac, tac, impaciente, dice: vienen, vienen, ellos vienen. Ellos.       

 

 

 

 

 

 

(V)

 Ahora yace en la vereda. Estrellada, completamente. Quieta. Pero antes tuvo la forma de un cuerpo en movimiento. Que subió las escaleras de este edificio público, que se acercó a la ventana del quinto piso, que. Punto, final. Se trata de una muchacha joven. El pelo rojo se va manchando de otro rojo, más intenso. Como si fuera una rúbrica la sangre. Como el sello y la firma que cierra el trámite.

                                                                                                     a diana t. en el recuerdo

 


 

Creative Commons License
Esta obra está licenciada bajo una Licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Obras Derivadas 2.5 .