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(I)
Como una palabra tragada por el silencio, puede decirse. Lo
cierto es que el tipo cayó desde la cubierta sólida de un barco
y luego de teatrales pataleos y manoteos más o menos
grandilocuentes, desapareció bajo la superficie del agua. Tal
vez, con un poco de suerte, el cuerpo sea devuelto a tierra
firme. Pero no resucita; es sólo un cuerpo muerto sobre la arena
de la playa. A lo sumo, algunos testigos podrán apreciar la
belleza quieta, casi repugnante en su propia fascinación, del
ahogado.
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(II)
Una luz se prende en algún lugar de la casa, pero la casa está
vacía (el gato, que dormita solitario sobre un sillón, no
cuenta). Un sonido se escucha en algún punto de la casa, pero la
casa está vacía. Un objeto cambia de disposición dentro de la
casa, pero la casa, claro, está vacía. Y un minuto antes de que
sus habitantes regresen, la luz se apaga, el silencio se
restituye, el objeto vuelve a su sitio. Sólo el gato ha sido
testigo de estos mínimos acontecimientos. Pero, como ya dijimos
antes, el gato no cuenta.
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(III)
Pienso en mi madre que está muerta, y no termino de entenderlo,
mi pensamiento se hace todo dolor. Me doy cuenta, entonces, que
no podemos pensar la muerte desde la vida, porque desde la vida
la muerte es absolutamente incomprensible. Desde la vida, se
puede pensar únicamente en la vida. Lo que no podemos saber
(desde la vida) es si en la muerte se podrá pensar en la muerte.
Y menos aún, si desde la muerte podremos pensar en la vida.
Quiero decir, si mi madre pueda tener, ahí donde está, algún
pensamiento para mí.
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(IV)
Ni siquiera hace falta esperarlos. Uno detrás de otro, llegan.
Sin pausa, sin descanso. Llegan. ¿Quién dijo que la espera sin
concreción es mala? Esto es mucho peor. Preferible estar al
borde del desierto esperando a los tártaros y que estos se
demoren infinitamente. Mil veces preferible. Porque acá sí
llegan. Uno detrás de otro, llegan. No nos dan tregua, nos dejan
vacíos, sin tiempo para pensar, sin un remanso de quietud donde
cultivar un conflicto hecho de tedio. Ni siquiera podemos
aburrirnos. ¿Quién puede vivir así? Llega la noche, y ellos.
Llega el día, y ellos. Ellos, ellos. ¿Rendirnos, quizás? No
podemos. Nadie sabe por qué, pero no podemos. Desearíamos
lavarnos en viejos fuentones, aunque más no sea, criar un perro,
demorarnos un poco en la sobremesa. Pero no. Ellos. A veces
incluso nos encerramos en el baño a fumar un cigarrillo, pero
enseguida una mano golpea imperiosa la puerta. No hacen falta
palabras, el tac, tac, tac, impaciente, dice: vienen, vienen,
ellos vienen. Ellos.
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(V)
Ahora yace en la vereda. Estrellada, completamente. Quieta.
Pero antes tuvo la forma de un cuerpo en movimiento. Que subió
las escaleras de este edificio público, que se acercó a la
ventana del quinto piso, que. Punto, final. Se trata de una
muchacha joven. El pelo rojo se va manchando de otro rojo, más
intenso. Como si fuera una rúbrica la sangre. Como el sello y la
firma que cierra el trámite.
a diana t. en el recuerdo
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