Página de Fernando Belottini
Más allá complicado Texto teatral
Primer Premio 2do Certamen Nacional e Internacional de Teatro Breve “Carlos Aguilera”, organizado por Gobierno Departamental de San José y Casa de la Cultura (R. O. Uruguay) en 2011. Editado en "Una imaginación que no alcanza y otros textos teatrales" - Trópico Sur Editor - Maldonado - Uruguay - 2016
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Obra en un acto
Personajes: Custodio del Limbo José Pedrozi
Ayudante Una habitación blanca con una mesa al tono frente a una pared forrada de casilleros dibujados. Sobre los casilleros, un cartel de un metro por un metro que en letras góticas dice LIMBO. Acodado sobre la mesa, escribiendo con pluma sobre un gran libro, está el Custodio: un cincuentón corpulento de barba negra, vestido con túnica también blanca. Se oye, lejano, el sonido de una frenada de automóvil, le sigue un golpe seco, después, un murmullo. El que estaba escribiendo levanta la cabeza hacia donde supone vienen los ruidos y vuelve a lo suyo. Al rato ingresa, caminando como si nada, un hombre de unos treinta y cinco años, de mediana estatura, pelo cortado al ras y vestido con traje negro, corbata roja y camisa blanca. Mira el lugar con asombro. El Custodio, al verlo, vuelve a levantar la cabeza.
Custodio:
En qué puedo servirle.
José:
¿Y qué custodia? José: ¿Y dentro de ese cajón hay un alma? Custodio: Sí, lamentablemente. José: ¿Puedo verla? Custodio: Claro, véala si quiere, pero si es impresionable no se lo recomiendo, está llegando cada cosa últimamente, que a veces yo -que ya vi de todo, le aseguro- me asombro. Están haciendo muchas pruebas allá abajo, deberían tener un poco más de cuidado. José: Abajo ¿dónde? Custodio. En la Tierra, hombre, ¿o usted vivía en la Luna? José: Ya le dije, vivo en Concordia, Entre Ríos. Custodio: Y dale con el presente. No se acostumbra ¿eh? Acá, el pasado solo existe cuando hablamos de nosotros. José: A qué quiere que me acostumbre. Custodio: A estar muerto. José: Pero por qué cree que estoy muerto. Custodio: No es una creencia, ¿quiere comprobarlo? Venga, acompáñeme. Se levanta. Caminan hacia el proscenio. Mire hacia abajo, ¿qué ve? José: Ah, son mi mamá y mi papá, están mirando el noticiero. ¿Cómo hace para verlos, tenemos una cámara en casa? No me diga que esto es una cámara sorpresa, no me joda. ¿O hay un premio?, ¿me darán un premio después? Eeeh, qué pasa. Quién habrá llamado, mire mi vieja, está llorando, se les va la mano, paren con la broma, lo voy a demandar. ¿Para quién trabaja usted? Custodio: Para el Vaticano. José: ¿El Vaticano también hace bromas? Custodio: Y, a veces... José: Cómo "a veces". Custodio: Bueno, fue una broma. José: Ah, menos mal. Custodio: Usted sigue sin entender, la broma fue justamente esa, decir que el Vaticano a veces hace bromas. José: Cada vez entiendo menos. O sea que el Vaticano tiene un programa de TV donde hace bromas y justo se la vienen a agarrar conmigo. Oiga, está bien, las misas me aburren, los curas no me gustan, pero no dejo de ser católico por eso. Creo en Dios, soy devoto de San Cayetano, qué tengo que hacer ¿confesarme? Bueno, está bien, ¿dónde está la cámara? ¿eh? ¿así es el juego?, ¿me tengo que confesar en público para que no llore mi mamá? Custodio: ¿Por qué no puede asumir que está muerto? José: ¡Porque no lo estoy! ¿Tengo cara de muerto? Vea, puedo moverme, puedo saltar, estoy hablando. ¿No será que esto es un sueño? Yo a veces sueño que estoy muerto, pero no me gusta. Sí es esto un sueño, quiero despertarme y, si es una broma, quiero irme. ¿Qué es esto, un sueño o una broma? Custodio: Es la vida misma. José: ¿Pero no dijo que yo estaba muerto? No se haga el vivo. Custodio: Yo tampoco estoy vivo, pero me morí hace tanto que ni me acuerdo cómo era. José: ¿Usted también está muerto? Menos mal. Custodio: Oiga, cómo puede decir eso, yo era una buena persona, tenía mis amigos, una familia, pero eran otras épocas, claro. ¿Sabe cómo morí?, de un piedrazo en la cabeza. José: ¿Y quién lo mató? Custodio: Ni idea. Fui a presenciar la crucifixión de Cristo, estaba ahí mirando como sufría el pobre. Había mucha gente, sí, amigos y enemigos. Los que estaban en contra le arrojaban piedras. Yo siempre fui muy curioso ¿sabe? Y me ubiqué cerca de las cruces para no perderme nada, pero una de las piedras me dio acá, en la nuca. Cuando me desperté ya estaba acá arriba y me explicaron que como era el último en morir antes de Cristo, debía hacerme cargo del Limbo. ¿Hay derecho? José: Bueno, muy linda su historia, pero podría indicarme la salida, porque así no voy a llegar nunca a mi casa, y estoy un poco preocupado por mamá, no vaya a ser cosa de que ella esté sufriendo en serio. Custodio: En esa época no estaba organizada la Iglesia Católica, ni había Vaticano, ni Papas, eso lo inventaron los curas cuando se hicieron cargo. Después me fui aquerenciando con el lugar, con las responsabilidades, con esas almitas sonrientes que llegan todos los días y, a propósito, ahora que digo almitas, acá nunca llegan almas adultas, ¿por qué usted vino a parar al Limbo? José: Qué se yo. ¿Me puede decir dónde está la salida por favor? Custodio: Salga por donde quiera. José: Bueno, muchas gracias ¿eh? Le da la mano. Un gusto, y que le sigan llegando almas sonrientes, si anda por Concordia, avise. Se retira hacia la derecha. El Custodio vuelve a su escritorio, despacio, meneando la cabeza. José vuelve a pasar hacia la izquierda, apurado. Luego regresa. Oiga, allá afuera no hay nada. ¿Dónde estamos? No hay piso, no hay techo. Estamos en medio de la nada. El Custodio alza los hombros. No, no me haga así, usted debe saber… Custodio: ¿Le parece? José: Y lógico, yo lo único que estaba haciendo era volver a mi casa caminando, lo último que hice fue tropezarme y después aparecí acá, ¿me habré caído en un pozo? ¿No será un sótano esto, no? Custodio: No, nada que ver. Yo que usted trataría de hablar con los de arriba. José: ¿Con quién?, ¿quién maneja esto? Custodio: Bueno, hay un señor, Don Pedro le decimos, pero siempre está muy ocupado, tiene unos secretarios, unos tipos medio raros, corruptos, diría yo. José: ¿Corruptos? Custodio: Y… vea, hay cosas raras. Tipos que uno no entiende como llegaron al Paraíso están ahí. Y hay otros están injustamente condenados al Infierno. José: De qué está hablando. Custodio: Del Paraíso, del Infierno, del Purgatorio. Más esto, el Limbo, que es todo lo que hay en la divinidad, y Don Pedro maneja las visas, para mí, le repito, y que no trascienda, según la cara del cliente. José: Termínela con eso, quiero volver a mi casa. Custodio: Haga una cosa, asómese, seguro que ahora lo están velando. José: ¿A quién? Custodio: A usted. José: Qué dice. Se toca el pecho. No se da cuenta que esto es un cuerpo vivo, no un alma. Custodio: ¿Y cómo es el alma señor Pedrozi? José: Qué se yo, es... inmaterial, como un holograma, traspasa la materia, nada que ver conmigo, lo vi en varias películas. Tóqueme y se va a dar cuenta de que soy de carne y hueso. Custodio: Hágame caso, asómese, seguro que ya lo están velando. José: ¿Velando? No insista, el jueguito de ver a mi mamá estuvo bueno, pero dígame cómo me voy de acá y listo. Mira su reloj, lo golpea con los dedos de la otra mano. No puede ser esta hora, se me paró esta porquería. Custodio: Acá no hay tiempo señor Pedrozi. Esto es la eternidad, no hay arriba, no hay abajo, no hay derecha ni izquierda, no hace frío, no hace calor, no hay sueño, no hay hambre. O, mejor dicho, y para que lo entienda, su tiempo se acabó. Asómese, hágame caso. José: Va hacia el proscenio nada decidido. ¿Y esto qué es? Qué hace mi amigo abrazando a mi novia. ¡Ey, afojen! ¡Carolina! Al Custodio. Y ella está llorando. Pero qué necesidad hay de acariciarle el pelo así. ¡Pará Agustín y la puta que te parió! Custodio: Mi mujer también volvió a casarse, y con un soldado romano, doble traición. José: Y ese es mi primo Eduardo, ¡Ey, Eduardo!, qué tanta risa. Al Custodio. Sabe unos chistes bárbaros y hay que reconocer que los cuenta bien. Porque yo siempre digo: no importa lo que cuentes, lo que importa es cómo lo interpretes. Por lo menos estos se están riendo. ¿Cómo hacen esto? ¿Es una web cam? Custodio: Algo así. José: ¿Y usted qué sabe lo que es una web cam? ¿No me dijo que murió cuando crucificaron a Cristo? Lo pesqué. Custodio: Digamos que si desde acá podemos ver todo, también podemos saber todo. Tenemos el infinito conocimiento. O cómo cree que hago para comunicarme con usted, si yo cuando morí solo hablaba en arameo. José: Es cierto, no lo había pensado, es otra cosa que no me cierra. Bueno, hasta acá llegamos ¿eh? La verdad que estoy sorprendido por la tecnología. Muy buena, ¿ustedes tienen algo que ver con la CIA? Custodio: Dígame una cosa, Pedrozi, ¿usted antes de morir estaba loco o enloqueció después? José: Así que ahora el loco soy yo, que lo único que hice fue tropezarme y aparecer acá. No, ya sé, estoy inconsciente y todo esto es una ilusión, como cuando a uno le ponen una anestesia. Bueno, sigamos nomás, debo estar dormido, ya me voy a despertar y me voy a encontrar con Carolina, con mi mamá, que seguro esta noche me hizo milanesas, con papá, que, sabe, se jubiló hace un mes y lo único que hace es mirar televisión y putear por lo que gana. Yo siempre le digo: viejo, mientras te pueda ayudar, para qué te vas a hacer problemas. Pero no hay caso, es un orgulloso mi viejo. Y en eso salí a él. Custodio: Se nota. José: Eh, y ahí estoy yo, venga, venga, mire la venda que me pusieron en la cabeza y cómo me quedó la cara. Custodio: Se levanta. Se acerca al proscenio. Debe haber sido un accidente. José: ¿Le parece? ¿No se puede rebobinar así vemos lo que pasó? Custodio: No, Pedrozi, acá solo tenemos un presente continuo. Es ahora, ahora, ahora, y después, ahora. José: Pucha, ¿no estaré muerto en serio, che? Custodio: Hace rato que se lo vengo diciendo. Pero no se preocupe, lo entiendo, ¿a quién le gusta estar muerto? José: A mí no, claro. ¿Y ahora qué hago? Custodio: Relájese Pedrozi, voy a tratar de conseguirle una entrevista con los de arriba porque acá no hay lugar para usted. Pedrozi se toca distintas zonas del cuerpo. Ingresa el Ayudante, con un sobre en la mano. Ayudante: Anuncia en tono solemne. Carta del Vaticano para el señor Custodio. Custodio: ¿Una carta? Hace siglos que no me mandan ninguna. Ayudante: Mirando a José, se retira. La verdad que hoy es un día de cosas raras. Custodio: Revisa el sobre. Y es verdad, es del Vaticano. José: ¿Será que le llegó la jubilación? Custodio: ¿Qué dice? ¿Y quién va a reemplazarme? ¿Usted?, que ni siquiera puede darse cuenta de que está muerto. Tenga un poco más de respeto señor Pedrozi, así como me ve tengo mil novecientos setenta y cuatro años de trabajo, de experiencia. José: Entonces ya está para jubilarse. Custodio: ¿Seguirá siendo tan impertinente? Acepte que está muerto señor Pedrozi, eso lo tranquilizará. José: Ah, para usted es fácil, lleva tanto tiempo de muerto que seguramente está acostumbrado. Custodio: La muerte es parte de la vida. José: Ah, pero entonces estoy vivo. Custodio: De otra manera, Pedrozi, de otra manera, ya lo va a entender. Por Dios, qué ignorantes vienen las nuevas almas, me imagino lo que deben renegar allá arriba cuando las reciben. Menos mal que acá solo llegan bebés que no hablan. José: Por qué mejor no abre el sobre. Custodio: Sabe que tiene razón. ¿Por qué no lo abro? Si hiciera mucho tiempo que nadie le enviara una carta, ¿no estaría usted ansioso por abrirla? Yo creo que recibir una carta debe ser como sentirse tenido en cuenta. José: Obvio, a mí hasta me gustaba recibir las facturas del celular... Custodio: Dice muy bien: "me gustaba", está aprendiendo. José: Ya veremos, parece que usted disfrutara eso de hacerme creer que estoy muerto. Es como el tuberculoso, que quiere que todos los sean. Custodio: Pedrozi, que usted esté muerto o vivo a mí me da exactamente lo mismo. Acá, en el Más Allá, qué pude pasarme, qué puede alterarme, ya le dije: la suerte está echada. José: Por eso no abre el sobre. Custodio: ¿Cómo dice? José: Digo, que me parece que tiene miedo de abrirlo, no vaya a ser cosa que ese sobre le cambie su tranquila muerte. Custodio: ¿Y usted qué sabe? No será enviado de alguien ¿no? A ver si ahora yo soy la víctima de un montaje. ¡Lo que me faltaría! Y es cierto, para qué prolongar la intriga. Alguna vez en su muerte, usted tuvo razón, Pedrozi. Abre el sobre. Lee. Queda boquiabierto. Señala a José. Usted debe tener que ver con esto, estoy seguro. Por eso insistía en que abriera este sobre. José: ¿Yo?, pero si recién vengo, ¿de qué está hablando? ni sé dónde estoy, ni qué hago acá. Custodio: El último adulto que vino al Limbo fue mi Ayudante, lo mandaron porque no sabían muy bien qué hacer con él. Usted habrá visto esos grilletes, son del Purgatorio, me parece que logró escaparse, se ve que no la estaba pasando bien. Se me presentó un día, no como usted haciéndose el vivo, sino como un alma cabal que ofrecía sus servicios. Enseguida le pregunté por lo qué sabía hacer y no supo decirme bien, o dio unas explicaciones que no entendí, pero al cojo se lo ve al andar y él siempre fue muy eficiente. Creo que en la Tierra fue un hippie. José: Ah, qué bien. Custodio: En cambio lo suyo ha sido una burda actuación, señor Pedrozi. Explíqueme qué es esto. Le arroja la carta. José: La recoge. Qué se yo. A ver, déjeme que la lea así nos enteramos: Ciudad del Vaticano, 20 de abril de 2007, hoy mismo. A quien corresponda: Cumplimos en informarle que a partir de la fecha, la Comisión Teológica Internacional ha decidido clausurar en forma definitiva el sitio llamado Limbo, donde se alojaban las almas de los bebés que no estuvieran, fruto del sacramento del bautismo, en la gracia del Señor y de aquellas que hubiera ascendido antes del fallecimiento y posterior resurrección de nuestro señor Jesús Cristo. Esas almas desde ahora quedarán en manos de la misericordia del Señor. Por consiguiente, y dada la excelsa misericordia del Elevadísimo, recalarán en el Paraíso. Rogamos dar curso de inmediato a esta resolución. Comuníquese, ejecútese, archívese. Benni. ¿Benni? ¿Quién es Benni? Custodio: Así se hace llamar el Benedicto ese, qué atrevido, y usted deje de actuar, seguro que vino para verificar que yo cumpliera esta orden. Si los conoceré a estos, Pedrozi. ¡Pedrozi! ¡Cómo no me di cuenta antes! Usted dijo que se llamaba Pedrozi, Pedrozi viene de Pedro. ¡Cómo no me di cuenta! José: No entiendo. Le juro que no tengo nada que ver, recién vengo. Custodio: ¿Se da cuenta? Qué consideración tienen por uno, ni siquiera me lo dirigen a mí. José: Pero acá dice "a quien corresponda" y por lo usted que me dijo esto le corresponde a usted. Custodio: Salvo que se trate de una broma. José: Claro, a lo mejor el Diablo metió la cola. Señala el proscenio. Por qué no se fija en la pantalla donde me hizo ver a mí. Custodio: Déjese de pavadas, Pedrozi. José: Por qué lo dice. Custodio: El Diablo, el Diablo. ¿Usted cree que existe el Diablo? José: Qué, no me diga que el Diablo no existe. ¿Y Dios? ¿Por qué no vino Dios en persona a decirle esto? Custodio: Ay, Pedrozi, ¿así de ingenuo era usted en la Tierra? Las cosas de este lugar la manejan los hombres, los vivos, ¿entiende? José: No me diga, ¿así que los vivos deciden el destino de los muertos? Custodio: Por supuesto, si usted hubiera sido ateo no estaría acá. José: ¿Y dónde estaría? Custodio: Pudriéndose, Pedrozi. Por ejemplo, si usted hubiera creído en la reencarnación ya se hubiera convertido en perro, o en mosca. José: No me diga. Custodio: La muerte es democrática, Pedrozi, es lo más democrático que existe. Además de igualar a las personas, les da la posibilidad de que tengan un destino de acuerdo a sus creencias. José: Mirá de lo que me vengo a enterar. ¿Y por qué no fui al Paraíso, entonces? Custodio: No debe haber sido tan bueno. José: O al Infierno. Custodio: No debe haber sido tan malo. José: O al Purgatorio. Custodio: No habrá sido ni bueno ni malo. Tal vez usted no sabía ni siquiera en qué creer y todo le daba lo mismo, ya estaba en el limbo, como decía su mamá. José: ¿Y ahora dónde estoy? Custodio: En el Limbo. José: ¿Pero no está clausurado? Custodio: Sí, tiene razón. José: ¿No sabe si estoy a tiempo de reencarnarme en algo? En mosca, por ejemplo, no estaría mal. Yo de chico pensaba lo lindo que hubiera sido ser mosca, para espiar. En Concordia hay muchas moscas. Custodio: ¡Termínela con sus problemas!, demasiado tengo con los míos. José: Así que ahora pasamos derecho al Paraíso, pero ¿le darán algún cargo a usted? Por ahí si le dan alguno puedo acompañarlo y ser su secretario. Custodio: ¡Ayudante!, ¡Ayudante!, Va de derecha e izquierda, buscando. ¡Ayudante! ¿Dónde se habrá metido éste? José: ¿No quiere que yo sea su ayudante? Puedo empezar ahora si quiere, yo trabajaba en un banco, también sé planchar y barrer. Custodio: Si quiere ayudarme, cállese por favor, tengo que pensar. José: Pero, ¿no dijo usted que ya nada lo podía alterar, que la suerte estaba echada? Fíjese cómo se puso. Custodio: Son mil novecientos setenta y cuatro años que vengo haciendo lo mismo, Pedrozi. Se imagina que de un día para el otro me quede sin hacer nada. No hay consideración. José: No era que acá no había pasado, ni futuro, que era un presente continuo: ahora, ahora, ahora, y después, ahora. Bueno, ¡viva el presente! Nada es tan definitivo, salvo la muerte... claro, pero eso lo decían en la Tierra, ahora vemos que tampoco la muerte es definitiva, hay cambios… Sabe qué se me ocurrió: ya que las cosas están tan movidas acá, por qué no nos volvemos a la Tierra. Custodio: ¿A la Tierra? ¿Quiere volver ahí? ¿Usted la pasaba bien en la Tierra? José: Y, qué se yo, la vida tiene sus cosas, nadie se la lleva de arriba, pero la muerte, me parece, se está complicando. Custodio: Tiene razón, Pedrozi, pero no es fácil volver, para volver hay que escaparse, uno vuelve convertido en un fantasma, o en un espíritu, y le aseguro que le da de comer a mucha gente, pero no sé si la pasa bien. Ingresa el Ayudante. Ayudante: ¿Me llamaba? Custodio: ¿Dónde se había metido, hombre? Ayudante: Estaba charlando con unos ángeles. Custodio: ¿Charlando?, ¿no tiene trabajo que hacer? Encima con los ángeles, ya sabe lo que pienso de los ángeles. Ayudante: Hoy no vino nada más que ese contenedor para nosotros, señor, algo pasa, con razón los ángeles se estaban quejando. Custodio: Los ángeles siempre se quejan, encima con esa vocecita que tienen. Ayudante: Dicen que están pasados de trabajo. Si usted me deja, voy a ayudarles. Custodio: Pero qué ganas de mezclarse con los ángeles, ¿eh?, qué les verá. José: Debe tener alguna fantasía. Custodio: Si ni para fantasías sirven esos. José: Y déjelo, si acá ya no queda nada que hacer. Custodio: Tiene razón. Al Ayudante. Vaya, vaya, pero vuelva pronto. José: ¿Pronto? El Ayudante se va. Ahora usted habla de tiempos, ¿no es esto la eternidad donde no hay cerca ni lejos, ni ayer ni mañana, donde no hay que comer ni dormir?, ¡qué mal le cayó la noticia de la clausura! Custodio: Encima tengo que aguantarlo a usted, que ni sé de dónde salió y lo único que me trajo fue la desgracia. José: Más desgracia la mía señor, que acabo de morir. ¿Sabe cuando me di cuenta que estaba muerto? Custodio: Cuando yo se lo dije, qué vivo. José: Se acuerda que vi cómo abrazaban a mi novia. Bueno, antes de eso pasó un señor cargando una corona de flores que decía "Tus amigos". Custodio: Y eso qué tiene que ver, podría haber sido parte de la cámara sorpresa, como usted creía. José: No, señor, mis amigos son incapaces de gastar dinero en bromas. Quedan totalmente a oscuras. Custodio: Qué pasó. Nos cortaron la luz, Pedrozi, esto es inaudito. Empieza a caminar de un lado a otro. Ya me van a oír. José: Pero no lo van a ver. En la Tierra a veces nos pasaba, y eso que allá en Concordia teníamos una represa cerca. ¿No tienen velas acá? Sigue al Custodio. Custodio: No, Pedrozi, cómo va a preguntar eso. Acá tenemos luz eterna. Sigue caminando. José: Tenían, mejor use el pasado. Custodio: Lamentablemente tiene razón otra vez, Pedrozi. José: Oiga, hágame caso, volvamos a la Tierra, yo voy de fantasma si quiere. Custodio: No, no, déjeme a mí de fantasma, mejor vaya usted de espíritu, ya que murió hace poco. José: Por dónde salimos. Custodio: Venga por acá, algo haremos, después de todo, qué más da, a la ingratitud no se la paga con nada. ¡Dele, vamos! Se acercan al proscenio, se toman de la mano, saltan hacia delante y gritan como si cayeran al vacío en medio de la más absoluta oscuridad. Telón
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