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Con
la publicación de su novela Rayuela en 1963, Julio Cortázar
termina de instalarse como uno de los grandes escritores
argentinos del siglo XX. Y también da origen a una controversia
que se prolonga hasta el presente: si lo más logrado de su obra
narrativa son los cuentos o las novelas. En este punto, yo
optaría por una postura intermedia, no por comodidad o por
eludir la discrepancia, sino porque me parece la más
convincente. Considero que ambas zonas de su narrativa son a la
vez complementarias y al mismo tiempo exploran caminos
diferentes. De naturaleza predominantemente fantásticos, los
cuentos de Cortázar, legítimos herederos de la tradición moderna
que inician los románticos alemanes, tienen un sello personal y
renuevan la narrativa breve que se venía escribiendo en estas
tierras. Su novelística, en cambio (y hablo en particular de
Rayuela), abre una vía lúdica, metafísica, iniciada ya por
nuestro autor en su cuento largo o novela corta El perseguidor,
que integra el volumen de relatos Las armas secretas, publicado
en 1959. A las preguntas acerca de la naturaleza enigmática del
tiempo, eje central del relato aludido, se suman en Rayuela los
interrogantes sobre qué es la realidad. En sórdidos cuartuchos
perdidos en los vericuetos parisinos, los personajes que
integran el Club de la Serpiente, ese puñado de náufragos
intelectuales, se preguntan si lo verdaderamente real es lo que
está delante de nuestras narices o si por detrás de las
apariencias se agazapa otra realidad que el ojo convencional no
alcanza a ver.
Mucho se ha
dicho sobre esta singular novela a lo largo de estos años,
buscando definirla, clasificarla de algún modo: antinovela,
novela mosaico, contranovela. Y todas estas caracterizaciones
apuntan a destacar su rasgo distintivo, especialmente en cuanto
a lo formal. Rayuela, como proyecto experimental de su autor, se
plantó en contra de la novela clásica, convencional de su época.
O sea, de las novelas que no afrontaban riesgos.
En este sentido,
no sólo es un texto de ruptura sino también de apertura, abre
puertas para el desenfado, la audacia creativa. Fernández
Retamar llegó incluso a afirmar, en un coloquio sobre Rayuela
realizado en Casa de las Américas, Cuba, pocos años después de
su aparición, que esta novela era tan importante para los
lectores de habla castellana como el Ulises de Joyce para los de
habla inglesa.
Ahora quiero
agregar un dato no menor. En una época donde el realismo mágico,
con su ambiente rural y la exhuberancia de su aire caribeño, se
perfilaba ya como la corriente distintiva del boon de la
literatura latinoamericana, Rayuela, en cambio, es una novela
urbana, cosmopolita, vanguardista, que entronca con la mejor
tradición narrativa escrita en estas tierras, de Arlt en
adelante. Dato que nos permite señalar, de pasada, una
diferencia sustancial entre la narrativa rioplatense con la del
resto de Latinoamérica.
Por su carácter
ya señalado de novela experimental, novedosa, Rayuela irrumpe en
el panorama literario del siglo XX sin apoyatura teórica previa.
Por esta razón, la novela contiene en sus páginas su propia
teoría. Morelli, uno de los personajes que la componen, especie
de alter ego literario de Cortázar, desarrolla la concepción de
cómo debería ser una nueva novela. Y la concreción de este
proyecto es, justamente, la misma Rayuela. O sea, se trata de
una novela con su propia teoría incluida.
Con motivo de
cumplirse este año el medio siglo de la publicación de Rayuela,
fui invitado recientemente por el Instituto Cultural de la
Provincia de Buenos Aires a dar una charla en la Biblioteca
Central de La Plata. Elegí como título “Rayuela: cincuenta años
no es nada”, que es el mismo de esta nota. Me lo sugirió
comprobar, con motivo de este aniversario, la proliferación en
Internet, Facebook, revistas y suplementos culturales, de
homenajes y recordatorios, lo que indica que esta gran novela
sigue siendo una referencia imprescindible cuando se habla de
textos narrativos fundacionales. Lo que alguna vez se dijo,
ligeramente a mi juicio, que la obra de Julio Cortázar había
perdido irreparable vigencia, acaba de ser refutado por este
reconocimiento múltiple hacia Rayuela, su novela más importante.
Lo dicho: cincuenta años no es nada. |