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Alberto Ramponelli

RAYUELA: CINCUENTA AÑOS NO ES NADA


 

 

 

 

Con la publicación de su novela Rayuela en 1963, Julio Cortázar termina de instalarse como uno de los grandes escritores argentinos del siglo XX. Y también da origen a una controversia que se prolonga hasta el presente: si lo más logrado de su obra narrativa son los cuentos o las novelas. En este punto, yo optaría por una postura intermedia, no por comodidad o por eludir la discrepancia, sino porque me parece la más convincente. Considero que ambas zonas de su narrativa son a la vez complementarias y al mismo tiempo exploran caminos diferentes. De naturaleza predominantemente fantásticos, los cuentos de Cortázar, legítimos herederos de la tradición moderna que inician los románticos alemanes, tienen un sello personal y renuevan la narrativa breve que se venía escribiendo en estas tierras. Su novelística, en cambio (y hablo en particular de Rayuela), abre una vía lúdica, metafísica, iniciada ya por nuestro autor en su cuento largo o novela corta El perseguidor, que integra el volumen de relatos Las armas secretas, publicado en 1959. A las preguntas acerca de la naturaleza enigmática del tiempo, eje central del relato aludido, se suman en Rayuela los interrogantes sobre qué es la realidad. En sórdidos cuartuchos perdidos en los vericuetos parisinos, los personajes que integran el Club de la Serpiente, ese puñado de náufragos intelectuales, se preguntan si lo verdaderamente real es lo que está delante de nuestras narices o si por detrás de las apariencias se agazapa otra realidad que el ojo convencional no alcanza a ver.

Mucho se ha dicho sobre esta singular novela a lo largo de estos años, buscando definirla, clasificarla de algún modo: antinovela, novela mosaico, contranovela. Y todas estas caracterizaciones apuntan a destacar su rasgo distintivo, especialmente en cuanto a lo formal. Rayuela, como proyecto experimental de su autor, se plantó en contra de la novela clásica, convencional de su época. O sea, de las novelas que no afrontaban riesgos.

En este sentido, no sólo es un texto de ruptura sino también de apertura, abre puertas para el desenfado, la audacia creativa. Fernández Retamar llegó incluso a afirmar, en un coloquio sobre Rayuela realizado en Casa de las Américas, Cuba, pocos años después de su aparición,  que esta novela era tan importante para los lectores de habla castellana como el Ulises de Joyce para los de habla inglesa.

Ahora quiero agregar un dato no menor. En una época donde el realismo mágico, con su ambiente rural y la exhuberancia de su aire caribeño, se perfilaba ya como la corriente distintiva del boon de la literatura latinoamericana, Rayuela, en cambio, es una novela urbana, cosmopolita, vanguardista, que entronca con la mejor tradición narrativa escrita en estas tierras, de Arlt en adelante. Dato que nos permite señalar, de pasada, una diferencia sustancial entre la narrativa rioplatense con la del resto de Latinoamérica.

Por su carácter ya señalado de novela experimental, novedosa, Rayuela irrumpe en el panorama literario del siglo XX sin apoyatura teórica previa. Por esta razón, la novela contiene en sus páginas su propia teoría. Morelli, uno de los personajes que la componen, especie de alter ego literario de Cortázar, desarrolla la concepción de cómo debería ser una nueva novela. Y la concreción de este proyecto es, justamente, la misma Rayuela. O sea, se trata de una novela con su propia teoría incluida. 

Con motivo de cumplirse este año el medio siglo de la publicación de Rayuela, fui invitado recientemente por el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires a dar una charla en la Biblioteca Central de La Plata. Elegí como título “Rayuela: cincuenta años no es nada”, que es el mismo de esta nota. Me lo sugirió comprobar, con motivo de este aniversario, la proliferación en Internet, Facebook, revistas y suplementos culturales, de homenajes y recordatorios, lo que indica que esta gran novela sigue siendo una referencia imprescindible cuando se habla de textos narrativos fundacionales. Lo que alguna vez se dijo, ligeramente a mi juicio, que la obra de Julio Cortázar había perdido irreparable vigencia, acaba de ser refutado por este reconocimiento múltiple hacia Rayuela, su novela más importante. Lo dicho: cincuenta años no es nada.


 

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