De los peligros de las historias mal contadas
Primer Premio Concurso “Más Allá” de Cuento Inédito de Autor No Profesional Año 1984, organizado por el Círculo Argentino de Ciencia Ficción y Fantasía de Buenos Aires. Jurado: Magdalena Mouján Otaño, Norma Viti y Eduardo A. Giménez.
Incluido en el libro de relatos “Astucias que por sutiles se aniquilan a sí mismas”
Sí, le voy a contar que pasó aquella vez. Yo voy seguido al centro, por cuestiones de trabajo, sabe. A propósito, no le conté nada del trabajo. No. Bueno, ése es otro tema; mejor vamos a lo nuestro, al suceso.
Era un día como de primavera, en ésos que la gente camina más suelta y mira hacia arriba como agradeciendo. Nunca entendí la deuda con lo de arriba. Es algo así como un documento firmado a lo místico. Claro, lo que le cuento no es para nada imaginario, por eso sigo, le va a interesar.
Había ese día muchas personas y muchas disquerías, música en el aire, vendedores, mucho sol, pasos largos, cortos, ofertas mentirosas, teléfonos públicos privados de la libertad. Porque aunque usted no me crea, los teléfonos también tienen derechos, pero claro, uno con respecto a los demás solo recuerda obligaciones. No, a los teléfonos se los censura, se los tortura. Al fin de cuentas, ellos creen ser medios y terminan siendo fines. ¿Usted no tiene teléfono?, ¿ni habla?, entonces me entiende. No, el relato no tiene nada que ver con los cospeles, más bien tiene que ver con la peatonal. ¿Recuerda que le hablaba de disquerías? Bueno, ¿vió esas casas que le hacen escuchar los últimos hits? Como si lo último fuera lo mejor, como si lo nuevo debiera destruir a su padre. Mire, no solo hay conflicto con lo snob, por así decirlo, sino con la velocidad de lo moderno. Como dice mi amigo que escribe poemas que me hacen llorar: “a veces da vértigo la vida”. Por qué carajo la vida tendrá que correr con las nuevas ondas. Ahora, que el tiempo es una calesita desbocada –mire- ya no hay quien lo niegue, vivimos revolcaos en un merengue todos manoseos. ¡Qué tango ese! ¿No?
Estábamos con la música y la gente. Justamente, la gente y yo nos paramos a escuchar. Siempre hay alguien que a uno lo conmueve, es más, a veces, cuando se camina por la peatonal y el ritmo se cuelga de los pabellones hasta zambullirse, uno se transporta y cree que vive una escena y que ésa es su música de fondo. Qué poder el del cine, qué lo tiró. Vea, a veces pienso que me están filmando. Es paradógico, pero en un supermercado de aquí a la vuelta se puede leer un cartel que dice: “Sonría, a usted lo están televisando”, y cada vez que compro algo allí, me meo de la risa, porque no sé de qué se puede reír uno cuando le filman todo, hasta sus miserias. No, lo que le contaba tampoco tiene que ver con la TV, ni mucho menos con el cine. Le decía que los peatones se paran a escuchar lo que les tiran desde las disquerías. Algunos por identificación con el que en ese momento es el intérprete; otros, porque no tienen otra cosa que hacer. Es que siempre hay una razón para detenerse a escuchar. En mi caso, lo hago para disfrutar de ese cachito de libertad que me otorga el salir a la calle. Qué magnetismo el de la calle. Fíjese que hasta le ponen nombres. Particularmente me gusta cuando están vacías, cosa que generalmente ocurre en las madrugadas. No hay nadie. Uno por un momento se siente el dueño de la ciudad, lástima que al otro día le den el vuelto en dinero no corriente y que la titularidad cambie de mano para que la detenten los de siempre. Ahora que digo los de siempre, recordé a un conjunto folklórico. Dios a la una ¿se acuerda? ¡Qué éxito! Yo era chico pero la cantaba. ¿Cómo? ¿si la entendía? No, pero la cantaba y me subyugaba soñar con cenar con el Altísimo.
Pero me parece que nos estamos yendo del asunto. Sí. Le venía contando que la gente se detenía a escuchar a su cantante preferido, que es generalmente el que está de moda. A veces porque lo imponen, pero otras por méritos propios. En definitiva, el mérito siempre trasciende y así a cualquiera que le den un manijazo de la gran puta hoy y no tenga bases sólidas que lo respalden, pasa al olvido como el salario del año pasado. ¿O usted se acuerda cuánto ganaba el año pasado? Aunque yo con la inflación mucho no me meto, como dicen que devora, qué se yo, por ahí me da miedo. Pero fíjese a dónde llegamos, a la inflación, qué fijación la guita ¿eh?
Bueno, como le venía contando: la gente se agolpa frente a las casas ésas. Hay de todo: gordos, flacos, lindos, feos, con maletín que, entre nosotros, parece dar cierto status. Siempre me planteé si no terminaré usando esas cajas negras, certificado de gente importante y ocupada. Aunque no hay que dejar de notar que prestan utilidad, pero qué quiere que le diga, a mí una corbata y un maletín me producen náuseas. Sí, soy mas bien sport. Camiseta y zapatillas nomás. No sé, por ahí me supongo que la pilcha da a entender que un fulano piensa o no, como la barba. ¿Vio que los tipos que usan barba son misteriosos, como si se ocultaran de algún delito? Acá, un tipo de barba en algo debe andar, seguro. Bueno, ahora que digo barba, esa vez se pusieron a escuchar lo que cantaba uno de ésos. Se entraron a sumar, casi obstruían el paso. Los apurados, no como usted ni yo, se tropezaban con ellos: las viejas, que aunque son medio lentejas se molestaban y con los velocistas formaba coros de puteadores de la vía pública. Estoy seguro de que esos tipos que caminan a cien, son los mismos que cuando van en auto tienen la mano pegada a la bocina. Se deben sentir tan poca cosa que de alguna manera deben llamar la atención y, como no tienen demasiada imaginación, pero es sí, un auto, te aturden sin culpa. Están apurados, viejo. Hoy en realidad parece que nadie tiene tiempo, o será que él no nos tiene en cuenta a nosotros y se hace el indiferente, el puto. Como dice otro amigo: ya no queda tiempo ni para tener tiempo. Son cuestiones filosóficas. Para qué cuestionarnos ahora si el tiempo no lo tenemos o es él el que se pianta, mejor dejemos eso para los entendidos.
Como le decía, se iba sumando gente y un poco más ya ocupaban la cuadra. En la disquería levantaron el volumen, por los de la esquina que empezaron a protestar porque no oían, y mientras éstos protestaban, los que estaban no escuchaban un soto, entonces se entraron a decir cosas, a reclamar por sus derechos, que de última eran los mismos, escuchar.
Yo no tenía problemas porque estaba en el medio, pero, entre los de la esquina que reclamaban más fuerte y los de enfrente que hacían shhh, tampoco oía demasiado. En realidad, yo había sido uno de los primeros en estar ahí, pero me mantuve un poco alejado. Recuerde esto que siempre me repite mi vieja: cuando algo sucede, los del medio siempre se salvan. Si no, fíjese en las revoluciones, o en las dictaduras. A los del medio algo les sacan, pero ellos siempre se mantienen. Es como encontrarle el equilibrio a la cosa. Además, si mi vieja lo dice, por algo será.
Bueno, como el dueño de la disquería se dio cuenta de que la cosa se ponía mas bien pesadita y para colmo nadie entraba a comprar, levantó el volumen. Todos se quedaron más conformes, hicieron silencio; la gente seguía embelezada. A esa altura, yo no sabía si lo que oía me gustaba o no, pero con tanta gente, ¡qué se yo!, me sentía como cronista. Había tanta pero tanta gente que ya cerraban las calles. Los colectiveros se bajaban; pedían por favor, pero nada, ni bola. Todos estaban prendidos con el sonido. Los colectiveros, que en general tienen poca paciencia, se quedaron mas bien en el molde. Es que la cosa era tan extraña que ya a nadie le importaba nada. Y eso que los pasajeros, que más bien son exigentes, intentaban convencer a los conductores de que encararan, de que pisaran nomás. Hay pasajeros a los que nos gustan las manifestaciones masivas, o nunca se fijó que cuando una concentración política los jode empiezana decir cosas como: -que vayan a laburar; o que: otra vez vuelven los quilombos. Digo yo: si tanto les molesta, por qué no se bajan, se suman a las manifestaciones y de paso descargan un poco las tensiones. Sí, porque las concentraciones ayudan a liberar tensiones. Mire, así uno les chille a un tipo o a un grupo de tipos que en eso momento no están presentes. Es más, a veces les gritamos a tipos que ni viven acá. No importa, viejo, uno descarga la bronca y llega a cagarse de risa con un cantito contra los que tienen mucho y no dan nada. A veces creo que no habría que gritarles nada, sino mas bien afanarles todo de callado. Factor sorpresa que le dicen. Pero claro, si no gritamos, ¿cómo nos entramos del día del asalto?
Le hablaba de los pasajeros. Al final se hartaron y no les quedó otra que sumarse. Le hablé de los colectivos porque en el microcentro andan ellos, los taxis y las motos: ¡Los de las motos! ¿Sabe que hicieron esos guachos?, se pegaron la vuelta. Es que el ruido del escape les jode la audición, entonces les da los mismo escuchar cualquier cosa, total todo les suena a rugido de alta cilindrada. A esos tipos uno los ve y se pregunta: ¿tendrán problemas estos? Le dije que también estaban los taxis. Bueno, ésos fueron los más piolas. Estacionaron, se reunieron, ningún drama. Esos la saben lunga y no tienen la culpa de lo que cobran. Mire que no fueron a Psicología, pero la puta que conocen a la gente. Sinceramente yo los pondría diputados, sin que bajen la bandera, por supuesto. No, no para que no cobren(o sí). Usted me entiende.
El asunto, le cuento, ya tenía como tres cuadras, el volumen ya no daba para tanto, pero como los de la competencia se dieron cuenta de la repercusión, no dudaron ni medio y pusieron la misma música. Es que los comerciantes del centro no son ningunos lerdos, ellos siempre tienen lo que uno necesita y también lo que no necesita y que uno compra igualmente, si hasta le hacen creer que forma parte de sus necesidades básicas. Como los de las otras disquerías captaron la onda, nadie tenía problemas para escuchar. Las pibas que chupineaban hacían coro desafinando con una voz finita; un coro de lloronas, vea. Blancas, de guardapolvo, pegaban unos graznidos odiosos a mi tímpano. Por lo menos al mío, que es muy sensible. Hay gente que no respeta nada. Un viejo, pinta de duro, les dijo lo justo: -dejen escuchar, che. Vio que siempre, en toda reunión, aparece alguien que dice: -Bueno, acá el tema es así y así; letrados que nunca faltan y que los que tienen que ver, en este caso las pibas y el músico, lo miran como diciendo: y vos qué te metés. Pero al final le hacen caso y se quedan en el molde como si no hubiese pasado nada.
No lo aburro, ¿no? Como le decía, había un pila de gente, ya habían tomado el microcentro. Hasta los vendedores ambulantes cerraron sus mesitas y se sometieron al ritmo. ¡Qué poder, viejo! Porque mire que para esos abandonen el curro tiene que suceder algo importante. Y ahí algo pasaba. Si hasta los canas dejaron de preocuparse por el orden. Sí, ya sé que de eso hace rato. Bueno, como dice Mafalda: tienen el palo de abollar ideologías. Uno quiere creerles, pobres. Si me escucha un anarco me hace polvo. Por ahí ellos tienen razón, pero la cana también estaba. Es que alguien tiene que poner orden. Cosa increíble porque lo natural, si vamos al meollo de la cuestión, es el desorden, que sería en definitiva el orden natural. Esto se lo digo medio de memoria, porque todavía no lo entiendo mucho. Me lo dijo una vez un barbudo. No le digo que los barbudos siempre andan en cosas raras.
Estaba... sí, con la música, la gente que se enganchaba y se multiplicaba como ladilla. Nunca tuvo ladilla, ¿no? Le digo porque me puso cara de duda. Uno nunca sabe.
Había llegado a esa hora la tele. Los periodistas empezaron con el verso y como no entendían un soto, empezaron a decir boludeces. ¡Cómo hablan esos tipos! Así lo que ocurra no le importe siquiera a los intelectuales –y mire lo que le digo, ¿eh?, los in-te-lec-tua-les-, ellos tienen algo que acotar; son tan caretas que hasta le dan referencias históricas y estadísticas. Pero no en este caso. Perdieron como en Calcuta. Esto los superaba. La gente empezó a cantar los temas que se repetían sin cesar. El bullicio atraía. Cómo será que hasta llegaron algunos con carteles de partidos políticos, que después se tuvieron que guardar bien guardados porque le onda no era ésa. Se dieron cuenta cuando todos lo miraban y se tapaban la boca para no soltarles una risotada en la cara. Los comprendí. A mí también me da no sé qué reírme en la cara de la gente. Ah, no; el respeto ante todo. Aunque éste sea, para no ser guaso, un respeto –digamos- anal. La multitud, le cuento; cantaba. El tema era como de protesta, de esos que cantamos los que usamos jeans, que según los rusos producen cáncer. No, si para tirarse la contra, los rusos como los yanquis le venden a uno lo que les parezca. Son vivos esos. Mire, si fuéramos potencia, estoy seguro de que la contra diría que el mate lo convierte a uno en un inmaduro. ¿No entendió? Medio dureli usted también. Por lo verde. Oiga, usted debe ser el único que no me festeja el chiste. Mire que lo conté en muchos lugares y nadie, absolutamente nadie, ni siquiera me insinuó que era un bajón. Es más, en Misiones, ¿escuchó bien?, en Misiones, se engancharon de tal manera que empezaron ahacer bromas sobre el mate, con lo que para ellos significa.
La gente no paraba de cantar y de mirarse a la cara y decirse como viejas de barrio: -¡Cuánta razón tiene este muchacho! Uno de esos que captan todo y hablan lindo, le comentaba a otro de la misma laya, (porque esa gente sólo habla entre sí, ¿vio?), le comentaba: evidentemente, ha captado las necesidades del pueblo en toda su expresión.
Yo no entendía cómo había tanta gente si esa noche jugaba la selección. Ni entendía qué hacía yo con lo que me copa el fútbol, así sean unos muertos. Aunque yo le discuto acá o en la China al que me venga a plantear que antes se jugaba mejor. ¿Sabe quiénes son los que sostienen eso? Los que se les pasó el cuarto de hora. En realidad, lo que subyace es: todo tiempo pasado fue mejor, ustedes son una basura que come los desperdicios de lo que nosotros disfrutamos. Hoy todo es mentira. Entonces, uno los mira como con bronca y junando y no les dice nada pero piensa: ¿Y quién fue el artífice de toda esta resaca? ¿qué nos dejaron? Caca, eso nos dejaron, caca envuelta en papel de celofán. Y nosotros abrimos el paquete y no nos queda otra que decir: ¡Mirá, caquita! ¿Qué cornos hacemos con esto? Algo vamos a hacer, no lo dude. En realidad no lo decimos por esa inseguridad que nos produce ser jóvenes, pero deje, deje que nos hagamos cargo de la cosa, espere manso, ya va a ver que más de uno va a decir: -Mirá vos, estos boluditos, de mascar chicle, pasaron al frente.
Le comentaba algo de esa marea humana como dicen los comentaristas. Bueno, parecía que la multitud se empezaba a exaltar. Unos pibes empezaron romper vidrieras. ¿Usted no vio cómo quedó la peatonal después? Sí, exaltados, desubicados que les llaman los serios cuando al establishment le tiemblan las piernas. Pero había moderados también, eran algo así como abogados defensores que denunciaban atentados contra la propiedad; mientras hacía flamear Constituciones Nacionales, hasta que internalizaron esas letras que hasta hacía un ratitio nomás repetían. El hecho me hizo acordar cuando yo era más chico e iba a misa. A usted le debe haber pasado, no sólo lo de ir a misa. Le digo que le debe haber pasado que se preguntaba por qué todos cantan esos salmos si afuera tienen la Biblia para ocupar un lugar en la repisa o decir, acá adentro soy un buen tipo y me meo en la culpa. ¿Y afuera?, en la diaria, ¡minga de salmos al Alabadísimo! Y, ahora me lo explico, no internalizaban; ¡ésa es la justa! Mucho ruego, te perdono en nombre de la Santísisma, que la otra mejilla. Ah, no; pero en la calle no. A lo mejor tienen razón, pero para qué tanta hipocresía fina. Por eso me gustó cuando cuando los abogados se pasaron la Constitución por el trasero y empezaron a ayudar a los que antes creían excedidos. Hasta los dueños de los locales colaboraban diciendo a gritos: ¡Armémonos, que ya marchamos! Ni bien escuché lo que le digo, arrugué. No viejo, con los fierros, no. Pero era tarde ¿sabe por qué lo de los fierros? Porque sí; yo mucha revolución contra la opresión, mucho panfleto, pero sin matraca. Ah, no viejo, es que mi vida, también la suya, valen un montón y el asunto no era para tanto tampoco. Estábamos escuchando música, cantando, tranquilos. Porque a mi la música me tranquiliza. Así sea el metal más duro, yo piola. Pero ese día no, los principios más sanos, inculcados minuciosamente se me derritieron en las sienes.
Para mí, cortado, ¿Usted qué toma? ¿Cortado también? No, café. ¿Doble? Entonces un cortado y un café, pero doble. Y, teníamos que hacerle un gasto. Vio la cara del mozo. Yo no sé, pero los mozos tienen una cara que uno no puede evitar la burla. Mire la cara de éste, ¿no le hace acordar al López? Sí, el de las puertitas. No le digo, ni que los eligieran viejo. Gracias, usted, ¿toma mucho café? Mire que hace mal ¿eh? Hay que cuidarse. Y a usted muy bien que digamos no lo veo. No sé, está pálido.
¿En qué estaba? ¡Ah! Sí, en la gente que se armaba, ¡se armaba!, con lo que fuera, hasta las vecinas se venían con escurridores de piso al hombro. Yo, para no ser menos, saqué mi cortaplumas. Este, ¿ve? Me lo regaló mi abuelo, que aparte de mi viejo es lo único que me dejó. Tiene muchos usos; esto para sacar corchos, esto para cortar las uñas, esto para limarlas, esta punta que no sé para que carajo sirve, y la hoja. Lea aquí. ¿Qué le parece? Germany. Nunca, pero nunca se me oxidó, y eso que tiene años encima esto. Yo lo llevo siempre, y nunca viene mal un arma, con tanto loquito suelto.
Como le decía, seguíamos cantando fierro en mano, dispuestos a marchar. Yo me preguntaba: ¿Qué pasa acá? Pero era irresistible. Es que en las muchedumbres uno pierde la conciencia y todos buscamos la misma, creyéndonos que la razón repartida entre nosotros es suprema. Más aún si somos mayoría entonando al unísono el mismo reclamo. Además, la mayoría nunca es silenciosa. Pensar que tenía tanta oreja y no escuchaba los lamentos. Sé, del desproporcionado le hablo, mejor lo dejo, sino usted se me va a cansar, además me pone muy mal hablar de él. Bueno, como le decía: las mayorías creen que esa verdad suprema que sustentan (sólo por el número) se genera entre ellos. Pero no, siempre hay un bocho detrás de todo eso, alguien que arrima el fósforo a la mecha en el momento y el lugar precisos. Mire, sacando lo de los fierros, algunos pensaban que nos habían dado un almanaque atrasado y que esa fecha era 17 de octubre. ¿17 de octubre? ¡Qué tendrá que ver! Bué... Yo asentía con la cabeza, pero la fecha no me sonaba. Es que si hay cosa para la que soy animal es para las fechas y los nombres, sobre todo los extranjeros. Además, siempre me dijeron, sobre todos los profes de la secundaria, “hay que rescatar los hechos”. La joda era que cuando cuando uno se olvidaba de estos datos en una prueba, le ponían un huevo de avestruz gigante, que a mí particularmente me hacía poner colorado. En realidad no sé si los ceros los ponían cuando uno se ponía colorado o antes. Acá, ponerse colorado a veces da vergüenza.
¿Se tiene que ir? No. Espere, se la hago corta. Además, ¿qué tiene que hacer hoy, domingo? Ahora, si lo aburro es otra cosa. Yo simplemente le quiero contar lo que pasó, y como usted no estuvo. Mire que para no estar allí ese día, usted tiene que haber estado por lo menos en Plutón, y no le digo Marte porque creo que la cosa llegó hasta allí.
No me mire con esa cara tampoco. Yo le traigo la posta, usted la toma o la deja, a gusto y piaccere del consumidor, como en el mercado perfecto. Sí, aunque sean macanas de la publicidad. Pero ahora que lo veo mejor, usted no se siente bien, no sé si no le satisface el relato, si tienen algún problema o qué. Pero sabe que no lo veo bien. Está bien, está bien. Qué me tengo que meter en sus cosas. Sí, sigo. No se ponga pesado. ¿eh? Mire que lo dejo con un espinón que no se los aca ni el mago FA-FA. Aparte somos pocos los que podemos contarla. Además, los que la pueden contar no tienen mi paciencia, ni siquiera mis pocas ganas de comunicarme con la gente. Con lo lindo que es poder contar experiencias, y sobre todo ésta que de habitual no tiene ni un microbio. No se me violente, hombre. Continúo. Entonces le hago una síntesis: Peatonal. Música, gente que se reúne, cantando los temas que se difunden, mucha gente; yo entre toda esa gente, vivenciando; la gente que toma nota en el bocho de lo que le llega –del mensaje, quiero decir- se empieza a poner violenta, en consecuencia se arma, con lo que sea. Hasta aquí, lo dicho. Después un tipo con una facha de lumpen que ni le cuento. ¡Ah!, me olvidaba, empezó a llover. Un tormentón, con lo que todavía me asustan las tormentas. Es más, siempre me hago la película de que un rayo me va a partir en dos como a un durazno. Me viene de pibe. Se ve que alguien me contó una historia y, bueno, me quedé con ese temor. Mis amigos se me cantan de risa. ¿Sabe qué pasa?: que en esos días de tormentas eléctricas yo no salgo ni que me paguen en dólares. Pero ese día era diferente, aparte por el hecho de que yo había salido antes de que se largara. Ese día hasta yo me monté al potro del coraje. Valor era, valor sin subordinación. Después me quedé meditando seriamente si esa cuota de valentía era propia o me la había dado el grupo. A esa altura, poco importaba, ¿no? Me quedé en el lumpen, ¡bah!, de última no sé si era lumpen. Lo cierto es que este tipo se puso a cococho de otro y gritó: Compañeros, ahora marchemos. Yo abrí los ojos hasta donde pude y para mis adentros, con ese cachito de conciencia que siempre a uno le queda, me dije: ¿adónde?
Oiga, ¿me escucha? Si no le interesa, me dice ¿eh? No vaya a ser cosa que me esté gastando y usted ni cinco de bola. ¿Eeeh? Don, ¿qué le pasa?, fiuuuu (esto es un silbido, creanló, por favor) fiuuuu, ehhhhhh. Despierte que no terminé. ¡Eh, don! Se me murió este. Don, ¡Vámos hombre!, ¿qué le pasa? No, si lo veía mal a este. Tal vez sea el café. Y eso que le dije: pare la mano con el fiolo. A ver, un médico, che. ¿Hay un médico acá? Ah, usted es médico. Ah, no, pero se defiende. Bueno, mire qué le pasa. Le cuento, estábamos charlando amablemente y no sé, se me tildó. Sí, se me tildó, como los flippers. ¿Nunca le conté que para mi la vida es un flipper y uno es la pelotita? No, qué le voy a contar si no lo conozco. Bueno, revíselo a este viejo que se me desconectó. No, no es nada mío. Nos conocimos acá, en el bar. Entramos a charlar, ¿vio? Uno siempre charla con la gente, no hay que ser cerrado tampoco. Entonces le entré a contar lo de la concentración del otro día. No me va a decir que usted no estuvo. ¿Y usted? ¿tampoco? Si menos este viejo estaba todo el mundo. Ah, ¿usted tampoco?, ¿y usted? ¿Dónde viven?, ¿en un iglú?
Y, ¿qué tiene? ¿Seguro? Pero, usted sabe lo que dice. No, no puede ser. ¿A ver? No, no suena nada, crepó nomás. No, yo no le dije nada, solo le estaba contando lo del otro día en la peatonal. Cómo, ¿usted tampoco se enteró? Vamos, paren la joda, che. Crepó nomás. ¿Y qué es?, ¿no sabe? Claro. Entiendo. Usted de medicina, naranja. Si, para darse cuenta de que alguien pasó para el otro equipo no hay que ser Hipócrates. A propósito, nunca le conté lo que pienso del juramento. No le interesa, le alcanza con los médicos, pero mirá este hombre, ¡qué curioso! Lo que más lamento es que se haya perdido el final. ¿Cómo qué final? El del suceso del otro día. ¿Ninguno de ustedes estaba? Qué raro. Bueno, vengan, vengan que les cuento.
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